por Ya sabes mi paradero » 21 Nov 2015, 10:04
«Sí, esto tiene que ver con el Islam»: así tituló Salman Rushdie, tras el 11-S, un valiente artículo en el que pedía al mundo que no mirara para otro lado y que no siguiera cediendo a la gansada de la «corrección política» ni al evasivo arte del eufemismo, que llamara a las cosas por su nombre. Hoy aquello de lo que hablaba el escritor británico sigue vigente
SALMAN RUSHDIE (Ahmed Salman Rushdie) 2001
"Esto no tiene nada que ver con el Islam». Dirigentes de todo el mundo han
venido repitiendo este mismo mantra durante semanas, debido parcialmente a
la virtuosa esperanza de impedir ataques de represalia contra musulmanes
inocentes que viven en Ocidente y parcialmente porque si Estados Unidos va
a mantener la coalición contra el terrorismo, ésta no puede permitirse
hacer ninguna sugerencia respecto a que el Islam y el terrorismo estén
relacionados de alguna manera.
El problema que existe con este rechazo, por otra parte tan necesario, es
que no es verdad. Si, realmente, todo esto no tiene nada que ver con el
Islam, ¿cuál es la razón de esas manifestaciones de apoyo a Osama bin Laden
a lo largo y a lo ancho de todo el mundo musulmán?
¿Por qué se apiñan esos 10.000 hombres armados con espadas y hachas en la
frontera entre Pakistán y Afganistán en respuesta a la llamada a la yihad
de algunos mulás? ¿Por qué las primeras bajas británicas en esta guerra han
sido tres musulmanes que murieron luchando a favor de la causa talibán?
¿Por qué ese rutinario antisemitismo de la tan repetida calumnia islámica,
que afirma que fueron «los judíos» quienes organizaron los atentados contra
el World Trade Center y el Pentágono, con la extraña y autoexculpatoria
explicación de que los musulmanes no disponían ni de la capacidad
tecnológica ni de la sofisticación organizativa necesarias y suficientes
para llevar adelante semejante hazaña?
¿Por qué Imran Khan, la ex estrella paquistaní del deporte ahora
transformada en político, demanda que se muestren las pruebas de la
culpabilidad de Al Qaeda, mientras que, aparentemente, hace oídos sordos a
los discursos autoinculpatorios del propio portavoz de Al Qaeda («habrá un
diluvio de aviones desde los cielos y se advierte a los musulmanes de
Occidente que no trabajen o vivan en edificios altos»)?
¿Por qué todas esas manifestaciones sobre las tropas infieles
norteamericanas que profanan el sagrado suelo de Arabia Saudí, si no existe
definición de ninguna clase sobre lo que es sagrado en el corazón de los
disconformes?
Desde luego que todo esto tiene que ver con el Islam. Y la cuestión es:
¿qué significa esto exactamente? Después de todo, la mayoría de las
creencias religiosas no son demasiado teológicas. La mayor parte de los
musulmanes no son, en absoluto, unos profundos analistas del Corán.
Para un gran número de "creyentes" musulmanes, el "Islam" es, y todo ello
de una manera muy desordenada, un camino a medio examinar, debido no sólo
al temor de Dios temor más que amor, sospecha uno sino también un
conglomerado de costumbres, opiniones y prejuicios en el que hay que
incluir sus prácticas diarias, los secuestros o cuasisecuestros de "sus"
mujeres, los sermones impartidos por unos mulás elegidos a su gusto, su
aversión hacia la sociedad moderna en general, emponzoñada como está por la
música, el ateísmo y el sexo. Hay, además, otra aversión muy
particularizada (y temor, al mismo tiempo) por la perspectiva de que sus
propios entornos más próximos podrían ser conquistados "intoxicados por
Occidente" por el estilo de vida liberal occidental.
Organizaciones musulmanas masculinas, altamente motivadas (¡ay, si se
pudieran escuchar las voces de las mujeres musulmanas!) se han visto
involucradas durante los últimos 30 años, más o menos, en el desarrollo e
implantación de movimientos políticos de carácter radical y fuera de esa
hojarasca de creencias.
Entre estos islamistas debemos acostumbrarnos a utilizar esta palabra,
"islamistas", que es la que hace alusión a aquellos que están comprometidos
con tales proyectos políticos, y aprender a distinguirla de "musulmanes",
un término mucho más general y políticamente neutral hay que incluir a la
Hermandad Musulmana de Egipto, a esos combatientes empapados en sangre del
Frente Islámico de Salvación y del Grupo Islámico, ambos de Argelia, a los
revolucionarios chiíes de Irán y a los propios talibanes.
La pobreza es su gran ayuda y el fruto de sus esfuerzos, la paranoia.Este
Islam paranoico que culpa a los de fuera, a esos "infieles", de todas las
enfermedades que padecen las sociedades musulmanas, y para las que proponen
como remedio el cierre de dichas sociedades frente al proyecto de
modernidad rival, es actualmente la versión del Islam que más crece en el
mundo.
Pero todo lo anterior no significa estar completamente de acuerdo con la
tesis de Samuel Huntington sobre el choque de civilizaciones, por la simple
razón de que el proyecto de estos islamistas no sólo arremete contra
Occidente y "los judíos" sino, también, contra sus propios correligionarios
islámicos.
Cualquiera que sea su retórica pública, los regímenes iraní y talibán han
perdido muy poco del amor que se profesaban. Las disensiones entre naciones
musulmanas pueden ser tan profundas, si no más, que los resentimientos que
se dan entre naciones occidentales.No obstante, sería absurdo negar que
este Islam paranoico y autoexculpatorio es una ideología que goza de un
atractivo ampliamente extendido.
Hace 20 años, cuando me encontraba escribiendo una novela sobre la lucha
por el poder en un Pakistán de ficción, en el mundo islámico era de
obligado cumplimiento echar la culpa de todos sus problemas a Occidente y,
en particular, a Estados Unidos.Entonces, como ahora, algunas de estas
críticas estaban bien fundamentadas; no es éste el momento, sin embargo, de
repasar la geopolítica de la Guerra Fría ni las "inclinaciones" (por usar
el término de Henry Kissinger) tan frecuentemente dañinas de las políticas
exteriores norteamericanas hacia (o fuera de) esta o aquella nación Estado
temporalmente útil (o molesta), o de volver sobre el papel desempeñado por
Norteamérica en el acceso al poder o en el derrocamiento de muy diversos y
repugnantes dirigentes y regímenes.
Pero en estos momentos quiero hacer una pregunta que no es menos
importante. ¿Y si suponemos que los problemas de nuestras sociedades no
son, en principio, culpa de Norteamérica, sino que la culpa tenemos que
echárnosla a nosotros mismos por nuestros propios fallos? ¿Cómo
interpretaríamos entonces esos problemas? ¿No empezaríamos, al aceptar
nuestra propia responsabilidad, a aprender a resolverlos por nuestros
propios medios?
Muchos musulmanes, así como diferentes analistas seglares con raíces en el
mundo musulmán, están comenzando ahora a hacerse preguntas semejantes.
Durante las últimas semanas, se han empezado a alzar por todas partes voces
musulmanas manifestándose en contra de ese oscurantista secuestro de su
religión. Es muy poco probable que las cabezas más fanáticas de ayer (y
entre ellas la de Yusuf Islam, antes el cantante estadounidense Cat [el
gato] Stevens) se estén reconvirtiendo en gatitos.
Cierto escritor iraquí cita una vieja frase satírica de su país: «La
enfermedad que está en nosotros procede de nosotros mismos».Un musulmán
británico escribe: «El Islam se ha convertido en nuestro enemigo». Un amigo
libanés, volviendo de Beirut, me comenta que, tras los atentados del 11 de
Septiembre, la crítica pública al Islam se está haciendo de una manera
mucho más intensa y abierta.
Muchos comentaristas ya se pronuncian sobre la necesidad de una Reforma en
el mundo musulmán. Todo esto me hace recordar la forma en que los
socialistas no comunistas solían distanciarse a sí mismos del tiránico
socialismo de los soviéticos; no obstante, los conmovedores principios de
este contraproyecto son enormemente significativos. Si el Islam pretende
reconciliarse con la modernidad, todas esas voces deben incrementarse hasta
conseguir que lo que ahora es un murmullo se convierta en un verdadero
estruendo.Muchos de ellos hablan de otro Islam, el de su fe privada y
personal.
La restauración de la religión hasta llevarla a la esfera de lo
estrictamente personal y su despolitización son el clavo ardiendo al que
todas las sociedades musulmanas deben agarrarse para transformarse en
sociedades modernas. El único aspecto de la modernidad que resulta
interesante a los terroristas es el de la tecnología, que ellos contemplan
como un arma que se puede volver en contra de sus creadores.
Si se pretende acabar con el terrorismo, el mundo del Islam debe admitir a
bordo de su nave los principios seculares y humanistas sobre los que se
fundamenta la modernidad y sin los cuales la libertad en los países
musulmanes seguirá siendo un sueño muy distante.
Salman Rushdie es escritor, autor de obras como Los versos satánicos y El
suelo bajo sus pies.
Civilizador escribió:En el Perú se eligió al idioma castellano y no español, como idioma debido a que era mucho más fácil aprenderlo