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La Alianza de Civilizaciones expira tras un despilfarro de más de siete millones


La marcha de Zapatero será también el final de un proyecto difuso puesto en marcha en 2004. El apoyo en la ONU al plan es mínimo y el PP se encargará de finiquitarlo.


Javier Sedano. Madrid

El fin de la era Zapatero marcará el fin de muchas cosas y el comienzo de otras tantas, y entre las que quedarán en lo más oscuro del cajón del olvido figurará uno de los proyectos más faraónicos y cuestionados de cuantos se han emprendido en estos últimos ocho años de política en España: la Alianza de Civilizaciones. Un conjunto de proyectos irrealizables que ha servido para dar voz a la megalomanía de un presidente a costa de la cuestión natural de las diferencias.

La posible llegada del PP a la Presidencia del Gobierno de España trasmutaría casi todo de lo generado por el Ejecutivo socialista. En este contexto, no cabe la menor duda es de que el plan personal de Zapatero de hermanar lo imposible y de relativizar los valores universales va llegando a su fin. No hay más margen para un despilfarro que ha tenido un difícil encaje teórico y ninguna acción práctica, pero del que el presidente sigue estando orgulloso y del que no nunca desistirá.

La Alianza de Civilizaciones es un “proyecto de pluralismo, respeto y convivencia” que “ahora cobra fuerza especial ante los cambios que se están produciendo en el Mediterráneo”. De esta manera, el presidente aclaraba las dudas surgidas sobre el futuro de la Alianza, ideada al albur de las buenas intenciones, de un diálogo irreal y sobre un plan que hasta la fecha ha costado mucho más de lo que ha generado, que ha sido prácticamente nada, si atendemos al resultante panorama internacional y, especialmente, al pobre papel que en materia exterior ha tenido (y todavía tiene) el Gobierno socialista. Un Ejecutivo más preocupado ahora en escaparse medio vivo de tantos errores diplomáticos cometidos.

Apagón informativo
Y lo hizo en Ankara. Durante la celebración de la III Reunión de Alto Nivel España-Turquía y flanqueado por su principal compañero de viaje en aquella empresa que a día de hoy apenas sobrevive. “Cuando empezamos a trazar este proyecto en una habitación de hotel con mi querido amigo, nuestros socios no creía en ello. Actualmente, hay más de un centenar de países integrados”, dijo el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan. No hay peor ciego que el que no quiere ver; y tanto Zapatero como Erdogan siguen empeñados en mantener un proyecto que por un lado no se respeta y que por el otro tiene los días contados. Si los populares entran en La Moncloa, Mariano Rajoy apostará por de la diplomacia-práctica y defenderá los intereses nacionales.

Entretanto, la iniciativa le ha costado al erario español más de 7,5 millones de euros a cargo de 10 ministerios distintos. Una cifra que, en todo caso, habría que poner en cuarentena dado el apagón informativo tanto de Moncloa como de Exteriores, que se niegan a informar sobre el coste exacto de la iniciativa. Lo último, en cuanto al desembolso, se remonta al 12 de agosto, cuando el BOE publicó una partida de 650.000 euros a “Subvención para analizar las causas de las divisiones que ponen en peligro la paz”.

Lo cierto es que Zapatero y Erdogan son los únicos que siguen confiando en un proyecto hundido y que muy pocos apoyan ya en el seno de la ONU. Francia, EE UU y Alemania se mantienen por una razón básicamente de formas y muchos de los países árabes, especialmente los del Norte de África, sujetos a sus particulares revoluciones, no seguirán prestando su apoyo a una iniciativa que contó con el aval de dictadores. Pero no claudicará. El jefe del Ejecutivo confía, si los compromisos nacionales se lo permiten, en asistir como presidente en funciones al foro de la Alianza que tendrá lugar en Doha (Qatar) del 11 al 13 de diciembre. Este podría ser su último destino internacional como inquilino de La Moncloa.

Lo peor es que uno de los que aspiran a serlo, Alfredo Pérez Rubalcaba, ya dejó caer el pasado año que seguiría apostando, aunque sólo en parte, por la Alianza. El candidato socialista, que hasta ahora pasa de puntillas por la política exterior, recogería el testigo de una idea enterrada y que, según cuentan algunos, se le ocurrió a Zapatero durante un vuelo a Nueva York.