Te recuerdo a diario, mágica y emergente, entre excedentes de falsa afección, de impostada formación, tus palabras que me suenan casi siempre brillantes aunque otras tan solo luminosas y en alguna ocasión taladrantes e incluso ofensivas sobresalían en la habitual mar de estupidez ajena, eras una referencia, un prodigio innato, el bien y el mal en plena contradicción, eras el placer oculto tras un talante de exuberante talento, el cuerpo del delito, escondida entre individuos menores, distintos y por ende desestimables. Eras la reina de la taifa.
Vivías en mi mente como una escultura cincelada con imágenes contradictorias que se debatían entre cielo e infierno, igual que una caracola que susurraba en mi oído la afable melodía de lo imposible, una quimera cercana que fue mudando, con el paso de unos años miserables, hasta convertirse en una realidad extraña a mi verdad, en un retruécano sin gracia, tú que las tenías todo, te fuiste perdiendo, tal vez escondiendo tus encantos, empecinada en ser solo tú, encerrada en tu concha dejado que escampara sin saber que la lluvia la tenías en el patio de tu alma.
Tú, la mujer por definición, decidiste elegir torturarte en un mundo de oscuridad, silencio y sucios deleites temporales, tú decidiste matar primero el amor, luego la amistad para morir de dolor, argumentando que mis lágrimas te hacían llorar. Tú, la mejor cosecha de las viñas doradas se convirtió en manos del desatino tan solo en vino peleón, aunque mi mano sigue entre la tuya porque puestos a escoger nadie tiene el derecho a separarnos, ni tu ofuscación ni mi enfado, tan solo la muerte acabará con esto y siempre nos quedará el infierno.
Hoy.
Te siento cercana, amable, dulce, comprometida y generosa. Tus manos recorren mi piel, mientras mis labios liban la fragancia de la tuya, nuestras palabras se entrelazan con nuestros actos y a esa mezcolanza le damos forma de vida. Planeamos pequeñas efemérides de umbrales cercanos que cumplimos de inmediato, vivimos al día, empujados por la necesidad de compartir. Somos titubeantes ante un mañana, porque hemos determinado saciarnos de las horas del día hasta que la noche nos sorprende riendo y nos lleva a la cama donde sucumbimos a la exaltación de nuestros cuerpos ocultos entre blancas sábanas de penumbra y pasión.
Luego al amanecer, nos dejamos vencer por el sueño, hasta que la luz viene a despertarnos con sus cosquillas plateadas. Y entre los dos construimos realidades que se van transformando en recuerdos, vamos caminando, mínimos trechos de felicidad, sin hacer demasiadas pausas, tan solo las justas para que nuestras experiencias se asienten apaciblemente en nuestras mentes forjando con ellas un pasado común dónde algún día poder descansar.
Tenemos ambos la sensación de ser parte de una historia común, de frágil felicidad, que hay que aprovechar, la experiencia nos dice que existen momentos en que todo desaparece y que debemos sentirnos obligados a aprovechar, a aprovecharnos, nadie es ajeno a la tristeza, cultivemos el delicado árbol de la alegría antes de que llegue el tiempo de la opacidad. Demos sentido a esta oportunidad de remover, de agitar nuestras almas, de darles, seguramente el impulso definitivo para hacerlas merecedoras de sonreír a la escrutante vida que nos vigila sin otro cometido que cambiar esa coyuntura por silencio y tristeza si no somos consecuentes.
Mañana.
El río de la vida discurre inexcusablemente hacia el mar del último trance, mientras tú vestida con el traje de los años, modelada por la existencia entre canas de sabiduría y frunces de longevidad, sigues a mi lado, con una actitud más contemplativa, mirando hacia atrás con la gratitud de lo vivido, amándome como yo a ti, con el querer de la fidelidad, sabiéndonos inmortales ante la proximidad de una muerte que se nos hace amable. Apurando el postrer suspiro de felicidad serena, conscientes de nuestro devenir y dispuestos a sonreírle, quizás irónicamente, pero en el fondo comprendiendo que todo forma parte de la vida, incluso este último paso.
Y aun así construyendo a cada instante planes de futuro, irrealizables, quiméricos pero necesarios para ayudarnos a seguir adelante, tan solo hermosos proyectos que entreverados con nuestros recuerdos nos dan el sustento suficiente para sentirnos cercanos, para sabernos ciertos e incluso en secreto amarnos como siempre.
Y en ese tiempo venidero, deberé escoger entre quedarme con mi agradable hoy verdadero y tangible o llevado por la intensidad de mis sentimientos pretéritos envolverme de añoranza y nostalgia y esperar el inconcluso milagro de recoger los frutos de un ayer con el deseo de que sea para siempre.
La duda persiste en mi interior, y aunque soy conocedor que yo solo estoy en disposición de optar por mi hoy, ya que el ayer no me pertenece, pues no tengo la llave de esa puerta, ni conozco la puerta a la que debo llamar, tal vez al final elija que el prodigio del pasado llegue hasta mi sin esperarlo, solo deseándolo, o mi más amada soledad se haga cargo de darle sentido a un sinsentido.
Parece sencillo optar por el hoy lleno de felicidad ante el ayer lleno de frustraciones pero la miserable y maravillosa condición humana siempre nos hace querer cobijarnos bajo la sombra del árbol de la fruta prohibida.
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