Bueno, pues de vez en cuando me da por escribir y hago de florista absurdo para adornar con letras cualquier vía muerta donde se arrojarán las motivos que no merecían otro destino. Quizá no me apetezca dormir y prefiera regalarme el incordio de seguir inventando cuentos, también es posible que no me apetezca pagar la cuenta, ni atropellarme, ni subir a la almena a buscar a Julieta, así que aquí iré plasmando mis horas escritas y el cinismo del deseo escondido por hacer más interesante la realidad.
Podéis opinar, si queréis, no os cortéis de decir lo que os parezca, lo prefiero a cualquier mentira envuelta en educación absurda. Es espejo siempre escupe la realidad.
Espejos y Realidad
Un tropel de espejos avanza directamente hacia un valle de apenados y cautivos desheredados. Cada uno de ellos apostaron por ser Dioses cuando sus hormonas cotizaban al alza. Apenas en los treinta y se rindieron al sentimiento de ser pelotas de un juego que van y vienen, que no saborean la gloria ni salen en la foto del ganador. Supremos perdedores sin más jugo que exprimir, escogidos por Zeus ó por Coca-Cola ¿qué más da? Sigue el avance de su reflejo, el que no deberán olvidar, el recordar de su faz de fracasados, el crupier gafado repartiendo suerte en cada mano y arruinando su banca. Solo una sonrisa podría romper el maleficio y los espejos, pero no la hallarán, ni siquiera dormirán del tirón, solo cabezadas absurdas intentando huir del sueño aún peor que su realidad. Y ese megáfono a última hora de la tarde y esa voz, ronca, sin vida que dice: “dentro de quince minutos, regresen a sus habitaciones” Benditos pabellones psiquiátricos, benditas drogas que amansan las derrotas, benditos ejércitos de espejos y bendito el olor que despiden los perdedores, porque en ellos se inspiran las fragancias de París y en sus putrefactos mercados medievales. Ya están aquí, llegaron al amanecer, como cada día. Albert se asoma para verse y se dice a sí mismo: “bienvenido, chalado, los dioses acaban de regalarte un día más”.