Islas para Robinsones del siglo XXI

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Menorca, la isla tranquila

Sus calas al estilo Caribe, sus coquetos pueblos marineros y sus manejables dimensiones hacen que este rincón balear sea uno de los más apetecibles del mapa ibérico. Si añadimos a la lista de bondades la caldereta de langosta y las terrazas a pie de puerto, el destino perfecto ya está hecho. No hay que buscar más...


Podría ser el Caribe, pero es uno de los rincones más fotogénicos y reverenciados de Menorca: la cala Macarella, una idílica playa de arena blanca y aguas azul turquesa a la que, todo sea dicho, cuesta llegar. De ahí su encanto. Para hacerlo deberá recorrer, desde Cala Galdana, un camino pedregoso en el que, como mucho, se topará con un par de ovejas o algún caballo despistado. El paraíso llega a los 30 minutos. La oferta culinaria se limita a poco más que el chiringuito de Susy. Pero tampoco se necesita otra cosa... Y ahí justo comienza esta ruta veraniega por la isla deseada de Menorca.

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La bahía de Mahón fue codiciada por pueblos de todo tipo. Y sobre todo por franceses y británicos. No en vano, fue durante su contienda cuando se inventó la mahonesa en la actual capital menorquina. De ahí el nombre. Dicen que el duque de Richelieu quedó fascinado por la famosa salsa hasta el punto de exportarla a la corte parisina.

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Mahón es la capital de la isla desde 1722 (antes lo era Ciudadela) por obra y gracia de la dominación inglesa. Y es que los británicos permanecieron en estas tierras durante más de 70 años (hablamos del siglo XVIII). Cosas del Tratado de Utrecht. En la imagen superior, una vista del puerto, con sus barcas atracadas y sus fachadas multicolor.

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Ya no hay murallas, pero Ciudadela sigue conservando ese halo medieval y solemne que tuvo un día. Su puerto, bastante más pequeño que el de Mahón, es igual de animado, a juzgar por la retahíla de terrazas que aguardan ahí abajo. Se puede bajar desde la Costa dels Passeig des Moll o desde las escaleras de la calle Capllonch.

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Talayótica, romana, bizantina, musulmana, aragonesa, británica, mallorquina... Menorca ha pasado por casi todas las manos posibles a lo largo de la Historia. De ahí esa mezcolanza que sus pueblos, todavía hoy, siguen luciendo. Eso sí, sus calas siguen (casi) intactas... Si no, eche un vistazo ahí arriba. Por algo fue declarada por la Unesco Reserva de la Biosfera en 1993.

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La Cova d'en Xoroi, una gruta natural escarpada sobre un acantilado, es perfecta para contemplar los mejores atardeceres de la isla. De noche, se convierte en un original club al aire libre. Por si acaso, eche un vistazo a su programa de festivales musicales, con los mejores dj's campando a sus anchas por este privilegiado enclave que quita el hipo.

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Binibeca Vell, al sureste de la isla y perteneciente al término municipal de San Luis, recrea el típico pueblito de pescadores con mucho encanto. No le falta ni un característico puerto. Si además uno puede darse un chapuzón en sus aguas, el día ya estará hecho. Para conocer el resto de playas vírgenes de este paraíso balear pinche aquí.

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Si puede hacerse con una barquita (o ya puestos, mucho mejor con un yate) para surcar las aguas mediterráneas, ya puede considerarse el amo de la isla menorquina. Las dos que ve flotando aquí arriba fueron captadas en la cala Alcaufar, una de las más idílicas de San Luis. Hay que ir sí o sí.

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Menorca ofrece todo tipo de actividades acuáticas, desde el kayak al submarinismo, el windsurf o la vela, con el alquiler de coquetas embarcaciones para recorrer calas como la de aquí arriba. En el centro, el blanco luminoso de Binibeca Vell y, a la derecha, la imponente catedral de Santa María de Ciudadela, de estilo gótico catalán.