Lucas se sienta enfrente de mí. Nos pedimos una caña y empezamos a hablar, primero algunas cosas del curro, luego sobre películas y libros. A excepción de Gusto no aparece nadie más de la oficina. El rato va pasando y yo voy teniendo ganas de marcharme, el impulso que me hizo invitar a Lucas se ha ido enfriando y ahora no estoy muy segura de haber actuado bien.
Me pasa más veces. Una tiene que ir tomando decisiones, no siempre acertadas, pero hay que tirar con las que tomes.
Mucha gente me toma por una tipa dura. Y yo no hago mucho por cambiar esa sensación. No creo ser tan dura, pero la verdad es que la vida ya me ha ido encalleciendo el alma. Hay que resistir y para ello muchas veces no puede una andar con ternuras. Aunque realmente lo mío es más una fachada de dura que otra cosa. Si me empezasen a golpear con un escoplo se darían cuenta que es yeso y no cemento.
Lucas se mantiene callado mientras yo me he perdido en mis pensamientos y cuando vuelvo a aterrizar en la vida real me lo encuentro mirándome a los ojos. No sé si se habrá dado cuenta…
-Hola- me dice sonriendo.
Así que sí, se ha dado cuenta de mi viaje astral.
-Hola, yo es que iba para astronauta, ¿sabes?
-Sé, sé. Ya he observado que muchas veces te evades.
No me lo dice como un reproche, ni me lo tomo como tal. Es así.
-Perdona, es una falta de atención.
-No te preocupes, no hablaba, te estaba mirando…
-Sobre eso, Lucas, no sé si ha sido buena idea…
-¿El qué? ¿Tomar una caña?
-No hombre, imagino que tomar una caña no esté mal, lo que pueda significar tomar una caña es lo que me preocupa.
-Depende de si es con alcohol o sin alcohol.
-Ciertamente.
Decidimos ir marchándonos, teníamos un trozo de camino en común, en la calle hacía fresco, golpeaba una ligera brisa en la calle. Mire al cielo y me encontré con la luna, aún no sabía qué iba a hacer. Aún no sabía qué esperaba Lucas que fuéramos a hacer. Igual lo mejor fuera preguntar.
-Jelen, no te preocupes. Yo quería tomar una caña contigo, conocernos, pero no te agobies. Ya te he invitado en más ocasiones y siempre me has dicho que no, quizás hoy te pillé en un momento más flojo, me has dicho que sí y quizás ahora te arrepientas…
-No es que me arrepienta, es… bueno, no sé lo que es. La verdad.
Le miré y sonreí. Él me miró. Abrió sus brazos de oso y me invitó a arrebujarme en ellos. Y no necesité más invitación, me arrebujé en ellos, hundí mi cara en su pecho y sin darme cuenta empecé a llorar.
Mira que me da rabia llorar. Procuro hacerlo siempre a solas. Porque es algo que pone muy nerviosa a la gente en general y a los hombres en particular. Además siempre da una sensación de debilidad, se te pone la nariz roja, se te hinchan los ojos…
Hay gente que llora con mucho estilo. No diré tanto como que les envidio, pero cuando lloro siempre me gustaría llorar con más gracia. Un dejar caer las lágrimas despaciadamente, Que rueden por las mejillas ordenadamente, en silencio, sin sollozos, sin hipidos.
No me gusta llorar. No me gusta tener motivos para llorar. No me gusta llorar sin saber por qué lloro. Me gusta menos saber por qué lloro. Vamos, que llorar es una ruina. Totalmente demodé.
Y cuanto más lo pienso, más me dejo caer en el pozo de la pena. Esto de llorar es una cosa que se retroalimenta, lo tengo comprobado. Pero Lucas no dice nada, se mantiene firme, con sus brazos alrededor de mi contorno. Y tranquilo. Cuando mi llanto se reduce, noto los latidos de su corazón y laten templadamente.
Le miro y deseo no tener que comérmelo. Deseo fervientemente poder quererle y no tener que decir eso de te quiero pero como amigos…
A veces creo que las personas no sólo tenemos el color de ojos diferente, también hay alguna diferencia en la pupila, pero tiene que ver con la forma, nos incrustan un pequeñísimo prisma que nos hace ver la vida de una manera personal, e intransferible.
En algunos casos se acercará a la visión de otras personas, porque la pieza que nos hayan incrustado sea parecida, pero nunca será exactamente igual.
Por eso creo que muchas veces nos autoengañamos. No es que no queramos ver la realidad como realmente es, es que no podemos. No nos es permitido, sólo podemos captarla como nuestro prisma, nuestro punto de vista, nos lo permite. Por eso a veces las opiniones difieren tanto.
Creo que en ninguna especie animal se comen tanto la cabeza como nosotros, no sé si será porque realmente somos más racionales, que lo pongo en duda, o porque sencillamente nuestros instintos básicos están más desvaídos, los animales se aparearan y no estarán haciendo rascacielos de sentimientos, ni pozos de decepciones en cada una de sus relaciones. Se desearán, se saciarán y se alejarán, casi en todos los casos.
Creo que yo soy un poco animal, o por lo menos cultivo mis instintos básicos. No soy inmune a los sentimientos, joder, soy mujer, la costilla aquella que nos originó debía estar corrupta. Seguramente en aquellos tiempos, no fue conservada en hielo y algo se estropeó, lo cual hace que todo nos lo tomemos a pecho. Me gustaría saber cómo se tomarían ellos las cosas sabiendo que vienen de una costilla de prestado...
Cuando Miguel no contestó a mi mail, me revolqué un poco en la lástima, en el consuelo, me esparcí como un cerdo por un barrizal, quizás mi ego me picaba y lo tenía colocado en ese punto de la espalda al que no te llegas por mucho que te retuerzas. Pero lo que nunca haría es llamar y llamar, insistir e insistir. No.
A otra cosa.
Alguien muy sabio que conozco me dijo que si esperas meses, años, siglos... acabas por recibir ese mail. Pero eso será para quien sea capaz de esperar. Yo no. Si ese mail llegaba dentro de algún siglo, ya vería a ver cómo contestarlo.
Por ahora me tiraba a Lucas sin muchos problemas por parte de ninguno de los dos. Las cosas estaban claras desde el principio, nada de compromisos, nada de exigencias, nada de posesiones. Al menos por ahora. Y la verdad es que a mí me iba bien. Y parecía que a él también. Lucas cumplía fantásticamente bien con su parte del trato. Pasábamos buenos ratos y el sexo era fantástico. Pero nunca nos planteamos nada más allá, no sé si él tenía algo más pensado, pero si era así, demostraba conocerme y no decía nada que pudiera poner en peligro nuestra relación actual. Ahora mismo ya tenía bastante compromiso con mi hipoteca. Por mí estaba todo bien.
El tiempo pasa inexorablemente. Inexorablemente. Suena un poco como inoxidable, pero el sentido es totalmente diferente. El tiempo no deja de pasar y según pasa va arrancado esperanzas, sueños, se come las alegrías, y aunque trae otras te las da con tanta medida que cada vez tienes más la sensación de que te las está racaneando. Nada extraño tampoco en alguien que prefiere pasar inexorablemente cuando podía pasar plácidamente.
Sí, sé que quizás dentro de un tiempo desee otro estilo de vida, puede ser, pero como ya dije antes, ese tren lo tomaremos cuando llegue. No pienso estarme en la estación esperando...
Sé que tengo un manera ácida de afrontar la vida, sé que la miro con un desapasionamiento que no todo el mundo puede comprender, y por eso no quiero tener a mi lado a nadie que no comprenda mi forma de ser. Soy ácida y por lo tanto, si alguien se somete demasiado a mis lametazos se puede llegar a oxidar, y el óxido acaba con todo. No sería capaz de pedir a nadie que aguantara eso para siempre. Y no me veo capaz de cambiar.
Por no hablar de que tampoco me veo aguantando a alguien durante mucho tiempo. Soy egoísta. Pues sí.