Temprano, aún con el silencio oblicuo de la madrugada decorando la ciudad, me he acercado hasta la mar, estaba calmo, espumoso y plateado. Me he quedado mirando el ligero movimiento del agua un buen rato, hasta que llevado por la imaginación, o tal vez el deseo, he pensado en cruzarlo, en iniciar un viaje liberador, audaz y necesario. Y, de inmediato mis ojos, cerrados a cal y canto a la realidad, yo diría que con cierta cabezonería, han divisado una desconocida playa llena de magníficas posibilidades, un reducto de estremecedora belleza, un lugar mágico, lejos de todo y todos.
Enseguida me he dado cuenta de que seguía mirando el agua y que, como dijo Tagore, no se puede atravesar la mar tan solo mirando el agua. Y de vuelta a casa, mientras las gaviotas traían el día entre sus alas y las primeras golondrinas surcaban el puerto de Barcelona en busca de pequeñas aventuras, me he dado cuenta de que tan solo viviendo de la imaginación, siempre me quedaba a un paso de intentar encontrar la realidad imaginada, y me he propuesto cruzar el mar, cruzarlo con todas sus consecuencias, conociendo que sí lo hago, ese mismo momento en que lo haga, será el instante de iniciar lo que seré de aquí en adelante.
Y, si fracaso, y siento lástima de mi mismo en el intento, haré un alto en el camino para valorar que hoy es el único día que tengo y estará bien aprovecharlo. Que tal como están las cosas, la imaginación es una buena herramienta para administrar nuestra feroz realidad, pero las circunstancias del momento son ciertas y como tales hay que gestionarlas, y si somos capaces de transformar nuestra oculta energía potencial, escondida entre nuestros miedos, en renovada ilusión cinética, habremos dado el primer paso para desempolvar nuestra esperanza de futuro, que ahora malvive apesadumbrada, muy a su pesar, en el fondo de nuestra alma.
Mientras, caminando por las Ramblas, reflexiono sobre todo ello y me cruzo con multitud de almas que llevan grabados en sus rostros los inequívocos síntomas de su estado emocional, me rozo con personas que viven la vida con absoluta pericia, que saben aprovechar lo que cada día les ofrece y otros, confusos, desalentados y un poco acobardados por los inacabables vericuetos que su existencia se empeña en recorrer, que caminan con la mirada perdida entre el suelo y sus penas, penas que de tanto que duelen ya piensan que son merecidas.
El mismo cielo, y el mismo Dios, si existe y no ha tenido la dignidad de dimitir, nos contemplan a todos. Estaría bien que el futuro reparto de prismas, desde los que mirar nuestras vidas, fuera un poco más equilibrado, cuando comience la próxima función vital.
Amar la vida a través de la mar o la mar a través de la vida!!