niccolò escribió:Cuando se vive en un entorno emotivo razonable, y tan solo falta un poco de ilusión para seguir manteniendo despierto en nuestra alma, el necesario destello de la vida, es lógico, hasta cierto punto, pretender darse a la aventura moderada, buscar fuera, la pasión perdida por desgaste, fruto de la erosión diaria, porque los platillos de la balanza, en un principio equilibrados entre el amar y el querer, van desplazándose imperceptiblemente, de forma inequívoca, hacia el lado del querer, no dejando de amar, pero sí perdiendo el entusiasmo inicial.
Y es que esa exaltación ciega de la otra persona, a la que admiras y tratas de agradar incondicionalmente, va perdiendo efusividad cuando el primer objetivo, que es conquistarla, ya está conseguido, esa, a mi modo de ver, es la parte sublime del amor. Cuando el fin aún justifica los medios, cuando la imperiosa necesidad de estar a su lado, se convierte en una espera insufrible, cuando al cerrar los ojos se dibuja de forma automática una sonrisa en nuestros labios, cuando tan solo pronunciar su nombre se convierte en algo mágico, algo determinante y casi prohibido.
Una vez perdida la intensidad de esa devastadora, inigualable y deseada experiencia inicial, cuando las aguas bravas van volviendo a su sereno cauce, y navegar ya no es un acontecimiento emocionante, cuando el vibrante y conmovedor sol ya no brilla tanto, cuando el mar es solo azul y ha perdido el turquesa perfecto, cuando los días son cada vez un poco más largos, redundantes y similares, entonces, sin solución de continuidad, uno guarda, inconscientemente, la ardiente pasión en algún lugar desconocido, profundo y secreto, incluso para nosotros mismos, hasta que la damos erróneamente por muerta.
Principalmente porque valoramos nuestra vida desde un punto de vista más acomodaticio y moralmente justo, pensamos más de forma plural que singular. Y, olvidamos alimentar nuestro yo en beneficio de la familia, porque entre otras minucias, ese era nuestro objetivo de vida en común.
Y ese profundo desgaste por monotonía, esa ocultación eterna de la pasión dormida en un rincón de nuestra alma, esa racionalización de los sentimientos hasta convencernos de que nuestro corazón tan solo puede amar una vez, mientras siguas queriendo a tu pareja, nos lleva finalmente a enterrar la efusión emotiva, a prescindir de darnos de nuevo el placer de entregarnos al amor y de sentir de nuevo el vuelo de las mariposas en nuestro interior.
Aunque creo que en algún caso, supongo que después de algunas consideraciones previas, después de valorar los frutos del matrimonio como positivos, y tal vez pensar que ya tenemos el trabajo hecho, estimamos que estaría bien darle un regalo a nuestra alma, dejar entrar la amable brisa de la ilusión, para que tocara, con su varita mágica, en la puerta de la pasión oculta y movida por ese suave viento de esperanza, esa pasión aflorara de nuevo, como parte determinante de nuestra voluntad de sentirnos de nuevo vivos, y de ese modo permitir emerger todos los sentimientos encubiertos bajo un tenue pero opaco manto de desesperante convención social.
O eso opino.