Camina despacio, como si la maravillosa carga de la libertad le obligara a hacerlo, sus pasos cortos y ligeramente indecisos no le llevan a ningún lugar en concreto, y ese es su pensamiento, tan solo andar por la arena de la playa, sin presteza, sin excusas, sin necesidad de detenerse. En su cabeza solo cabe un pensamiento intentar llegar lo más lejos posible. Y mientras que las benéficas olas, que acarician sus pies, vayan borrando las huellas de sus pasos, vayan borrando la obligatoriedad de retroceder.
Estaba acostumbrada a recorrer cada día el mismo patio, la misma distancia y a la misma hora, con la misma ineludible compañía, y al mismo ritmo. Conocía los pasos de ida y vuelta, tenía la distancia en su cabeza y, a pesar de ser el mejor momento del día, lo odiaba profundamente.
Pocas veces un bienintencionado rayo de sol dibujaba las sombras andantes en el suelo de la prisión, y nunca el aire se agitaba lo más mínimo, las paredes altas y celosas lo impedían, solo la lluvia, que solía caer con violencia, le permitía sentir una vana sensación de libertad, aunque solo disfrutaban de ella sí les sorprendía en pleno paseo, sí el día se levantaba lluvioso, no había caminata.
Ahora, todo es diferente, todo es ilimitado, aunque todavía, un poco confuso, sin nadie a quién seguir, sin tener que mantener la distancia, pudiéndose detener, incluso volver atrás o cambiar de dirección, todo nuevo, todo olvidado, todo vibrante y emotivo. Un mundo por descubrir, un mundo construido entre su imaginación y sus recuerdos, edificado, desde el confinamiento, con paciencia, voluntad y miedo.
La lluvia no restringe sus movimientos, el aire frío y cortante incide con agradable energía sobre su rostro, y juega con su pelo mientras su rostro esboza una sonrisa de perplejidad, lejos de la relajación, es libre, lo sabe, pero aún no tiene la absoluta seguridad de que sea cierto, todavía se sorprende mirando a la gente que se cruza con ella, aún se extraña de poder saludarlos a su paso y ver en sus caras ligeras sonrisas de sorpresa.
Dentro la vida era un esfuerzo, fuera un milagro, dentro el mundo era finito, sucio, real y claustrofóbico, fuera el mundo es inabarcable, límpido, inmenso y con el tiempo otra vez real. Dentro la vida se circunscribía a evitar, en lo posible, darse cuenta de la realidad, fuera la necesidad estriba en darse cuenta de esa realidad, en aprender, de nuevo, a valorar cada instante que la libertad te concede, en instruirse en el valor de las cosas, solo por el hecho de que puedan ser posibles, no por serlo en si mismas.
Y sigue caminado despacio, absorta en la incrédula admiración del infinito, un infinito, que desde su estrenada libertad se pierde en la distancia y en el tiempo, un infinito que le hace llorar, un infinito que le hace sonreír, que le hace mejor, un infinito mil veces añorado, pero que ni por asomo era tan vibrante y conmovedor, como el que casi ni se atreve a contemplar.
FIN
Editado: Paradójicamente, por obligación !!