Decidimos ser amantes con plazo de caducidad.
Nos apetecía ser amantes, pero no queríamos que nuestra relación acabase por degradarse por las causas comunes: hastío, aburrimiento, opresión, o amor.
Sabíamos que tampoco podía ir a más, había circunstancias que lo impedían y así había de ser.
El problema se planteó al determinar el plazo. ¿Cómo podríamos hacerlo? ¿Qué fuera algo temporal? ¿Un mes? ¿Dos? ¿Un año?
Tampoco podíamos determinar las veces que nos veríamos en ese lapso de tiempo, puesto que cada uno tenía sus obligaciones profesionales, familiares, personales, causales...
Al final se impuso lo más práctico. Nuestra relación de amantes duraría una caja de doce preservativos. Lo que dieran de sí.
Cuando los condones se acabasen dejaríamos de ser amantes y deberíamos reconducir nuestra relación.
Yo estaba más colgada de él, así que propuse que la caja fuera de 24 preservativos. Él era más precavido, más práctico y estaba menos enamorado de mí. Así que él propuso seis.
Lo echamos al medio. Doce. Ni para mí, ni para él.
Aunque yo ya pensaba en hacer trampas. Cuando tuviéramos una relación sexual procuraría por todos los medios conseguir que se corriera antes de usar el preservativo. Así me daría para más.
Nuestros encuentros solían ser variados. Unas veces en una ciudad, otras en un hotel. A veces en su ciudad, a veces en la mía. Otras en una intermedia. Comíamos, charlábamos, follábamos.
Cuando llevábamos gastados cuatro, yo sufrí un ataque de nostalgia anticipada pero disimulé, no quería vulnerar el trato. Cuando llevábamos ocho, el sugirió comprar otra caja, pero yo ya quería acabar la que teníamos pendiente. Porque me había llegado a dar ansiedad la situación.
En el noveno quería seguir. En el décimo le odiaba profundamente. En el undécimo podía palpar su indiferencia.
El mejor fue el duodécimo. Dulce, largo, sentido y con sabor a placeres futuros desperdiciados.
Ahora somos amigos. Tengo ganas de decirle que por qué no lo hacemos otra vez, que añoro el tiempo en que fuimos amantes ocasionales. Otra caja de doce. A veces siento que él también me lo va a proponer. Casi lo puedo palpar.
Pero un trato, es un trato. Y así ha de ser.