Química

por **Leary** » 22 Oct 2015, 19:35

Química

Anoche soñé con Dalton, con Thomson, con Rutherford y con Bohr. Fue después de discutir contigo. Estábamos los cinco sentados a una mesa y ellos discutían de sus cosas, de su boca salían términos que yo no entendía y que mi mente traducía de otra manera.
¿Te he contado alguna vez que la única evaluación que suspendí de una asignatura fue de Física y química?
Ellos estaban a lo suyo, defendían sus teorías, Dalton insistía en la discontinuidad de los átomos y yo sólo podía pensar en lo discontinuas que sentía tus manos sobre mi espalda cuando me rozabas. Thomson hablaba de la incrustación de los electrones y yo pensaba que electrón era un buen nombre para el modelo atómico que tienes entre las piernas.
Rutherford -qué bonito suena su nombre- concentraba la masa del sistema en los protones y en los neutrones y a mí me empezaba a dar una especie de rozamiento que me calentaba y me hacía círcular en órbitas de esas que hablaba Bohr, hasta llegar a una radiación energética que me hacía gemir como si me hubiera absorbido la órbita superior.

Nuestras peleas son como una tabla periódica, tienen su propia frecuencia, con sus elementos de transición yo soy un metal alcalinotérreo y tú eres una especie de gas noble y etéreo.
Lo noto antes de empezar, se da una especie de energía de ionización, noto como nuestras posiciones se separan hasta que se forma el ion y dejo de sentir esa afinidad eléctrónica que siempre me atrae hacia ti porque nuestras valencias deben ser complementarias, la electronegatividad que desprendes me atrae y me produce rechazo, quizás por el carácter metálico que me caracteríza.

Aún así, enfurruñada, no puedo dejar de pensar en las maneras que tenemos de combinarnos, cuando nos arrimamos y nos enlazamos iónicamente, yo el metal, tú el no metal. Aunque no es menos sugerente enlazarnos covalentemente cuando tú asumes otro rol. Formamos un puente de hidrógeno que hacen temblar las Fuerzas de Van de Waals sea eso lo que fuere.

No puedo dejar de pensar en la sal de tu boca, en el hidróxido de tu mirada, en que me gusta mordisquear el lóbulo de tu oreja y que me sabe a oxoácido. Es que no puedo arrancarlo de mi mente, está incrustado en el núcleo, como si fuera un protón.

No sé por qué en mi sueño se presentaron Rutherford y sus amigos y no estaban Boyle, Avogrado o algún otro. Aunque igual estaban. Sólo sé que en cierto momento el sueño mutó, y mi enfado se disipó, lo noté hasta dormida, quizás porque la presión, el volumen y la temperatura de tu cuerpo a mi lado hicieron que sintiera que había que aplicar la fórmula de los gases nobles, que debía besarte y hacer que por mi boca escapase mi enfado inoculándola en la tuya hasta que nuestros volúmenes tuvieran el mismo número de moléculas. Convertirme en un gas noble o metalizarte a ti.

Tienes ese efecto sobre mí, haces que mis cabreos se diluyan, tu sonrisa es el soluto y tiene el brillo exacto para que se invierta la molaridad, quizás por eso te amo, o quizás sea simplemente cuestión de química. No lo sé.

Sólo sé que te quiero comer a bocados y que tú susurras en mi oído: Lavoisier, Lavoisier, para que a mi mente acuda la ley de conservación de las masas y que recuerde que no quieres perder ningún pedado de tu carne por mi ímpetu. Que siempre aún amándose hay que mantener la ley de las proporciones definidas, creo que Proust estaría orgulloso de nosotros.

Así se restablece el equilibrio, la discusión nos somete a una pertubación, pero nosotros buscamos un nuevo estado de equilibrio, mezclamos los reactivos y hacemos los cambios que sean necesarios para que se pueda volver a restablecer, porque yo no puedo vivir sin ti. Eres mi catalizador. Esa sustancia que modifica mi forma de ver la vida, lo que hace que yo pueda reaccionar químicamente y que me permita sobrellevar y hasta disfrutar todo lo heterogéneo que se me ponga por delante, dándome igual que sea homogéneo.

A veces te miro sentado delante de mí y comprendo cosas que no comprendía antes. Sé que tu para mí eres la entalpía, algo de lo que no puede conocerse el valor absoluto pero que haces que haya una diferencia entre el estado inicial y el estado final. Produces en mí una reacción.

Me acerco a ti y te susurro al oído: Eres como la suma algebraica de mis reacciones, mi entalpia de reacción es igual a la suma de las entalpias de la relación de la persona más feliz del mundo cuando estás a mi lado.

Y sé que si le dijera eso a cualquier otro me miraría como si estuviera loca y quizás saldría huyendo de mi lado. Pero tú aprecias mi cualidad anfótera y que yo lo mismo pueda ser un ácido que una base, mi capacidad de plegarme y enlazar contigo. Tampoco es tan fácil que cualquiera aguante a un gas aunque sea noble como tú. Demasiado etéreos, demasiado difíciles de contener.

Pero yo tengo el matraz adecuado para ti y ambos lo sabemos.