Una tormentosa tarde otoñal, llena de matices de suciedad y hastío, mientras la penumbra siembra lágrimas de lluvia, que el amanecer recogerá en tristeza, una exagerada ráfaga de viento se lleva las últimas palabras escritas en el aire, descomponiendo tan solo en vagas reminiscencias ideas plasmadas con el corazón, y las lleva entre sus manos lejos, demasiado lejos, donde el valor de establecer vínculos es solo secundario, donde trasmitir es solo patrimonio de la desesperanza, allí donde vivir es fundamentalmente resistir sin aspiraciones, sin necesidades, solo con obligaciones y carestías de alto valor terapéutico.
Las palabras escritas con entusiasmo desde de la depresión personal intrascendente, recabarán en las profundas aguas de lo turbulento, de lo contradictorio, de lo incongruente y establecerán allí, desordenadas y ajenas a cualquier significado, nuevas frases de escaso interés, meras expresiones de nulidad y descrédito, para acabar desmenuzándose de nuevo tan solo en palabras, como de hecho siempre han sido, solo palabras. Neutras, ambiguas y pusilánimes, de hecho solo una reflexión de algún utópico mal pensante ejerciendo su dudoso derecho de expresión.
Escritas desde el respeto, la escasa dignidad y la ausencia de cualquier tipo de felicidad y sucede a menudo que desde el dolor solo se trasmite dolor, a pesar de intentar lo contrario y entonces el escribiente puede denotar que su egoísmo al plasmar su dolencia en un texto no recibe el soporte esperado ni tampoco nada aporta, siendo por tanto el resultado nefasto, evidenciando de esa manera que la medicina ha de estar en manos de los doctores, la escritura de los escritores y la lectura de los que saben leer. Probablemente un pésimo escritor jamás sanará a quién no sabe leer.