La moneda.
Cruz.
El tiempo que viaje incansable me impide sacudirme el dolor. Detenerme a reparar los espacios maltrechos de mi anatomía, suspenderme en el aire de la imaginación, por un momento, y mirar de sanar mi alma. Ciar a contracorriente y reponer cada agasajo a su efímera gloria, cada palabra mía a su tenue silencio y cada imagen robada a su indómita belleza.
Quiero desarroparme de oropeles ficticios y asumir mi desnudez con la vergüenza ineludible, aunque impregnada de un legítimo manto de dignidad, quiero presentarme en la puerta de admisión sin ambigüedades, sin imprecisiones y sin fraudes, para de este modo ser yo mismo quién acceda al milagro de la nueva vida, concordando pasado y presente para determinar un futuro seguramente ya establecido.
De nada vale fijarse objetivos distantes para tratar de superar los inmediatos, mejor será aceptar lo que acontece y ser consciente de que el camino no es que se pierda entre brumas de desconocimiento, sino que simplemente se acaba. Volver la vista atrás como un último gesto de dudoso agradecimiento y dar el paso. Cruzar hacia la luz más oscura, hacia el finito inacabable.
Lo que quepa en mis manos será lo que me acompañe, y mi olvido mi herencia. Solo dispondré dos velas, encendidas, henchidas de amor, en mi barco, solo dos, el viento será mi último compañero y él me guiará hacia mi destino. El mar, tal vez la mar, refleje mi alma en su espejo plateado y lleno de emociones pasadas y a buen seguro que la paz, la pau, tendrá un recuerdo amable en su memoria.
Y en algún lugar habrá otro igual que yo que seguirá pensando que vivir es tan solo cara o cruz, y ese ser, seguro tendrá el privilegio de andar con la cara bien alta por la vida, entendiéndola, tal y como es, y quizás reconociendo que la mía, que al final me ha salido cruz le habrá ayudado a compensar el equilibrio necesario.
Y al final el tiempo que viaja incansable me permitirá sacudirme todo mi dolor.
Cara.
La delicada caricia del tiempo me envuelve con su suave armonía abasteciéndome del placer suficiente para disfrutar de la vida. Sigo mi marcha acumulando experiencias, caminando entre sucintas realidades de perceptible felicidad y sueños alcanzables tan solo con el deseo de que se cumplan. Intento bogar sobre la corriente, dejándome llevar por olas de serenidad y así poder paladear los regalos que ambos merecemos, saborear sus palabras desde mi atento silencio y disfrutar de su impetuosa belleza, absorto en la cercana contemplación.
Deseo vestir cuerpo y alma con la sedosa armonía de la seguridad y la confianza en el futuro, y así empapado de un halo de genuino merecimiento quiero, en su momento, alcanzar mi último destino complacido por cada paso de mi camino, sin ambigüedades, con la satisfacción de haber aprovechado lo que se me ha dado, para de eso modo ser yo mismo quién acuda al veredicto final, con la satisfacción clara por la huella dejada a mi paso, por la dicha de seguir viviendo acorde lo previsible y así ser consciente de penetrar en un futuro cierto, benevolente e incluso deseado, para poder compartir el resto del camino con una verdad innegable, en compañía o en solitario pero siempre en armonía conmigo mismo.
Aprendiendo a establecer metas cercanas, para disfrutar de ellas, y siempre manteniendo encendida la indomable llama de alguna utopía asequible, componiendo la melodía de la vida entre realidades, no siempre agradables, y sueños no siempre alcanzables, pero con la convicción de estar aprovechando la existencia en la medida de lo posible. Y de vez en cuando volver atrás la mirada, para agradecer sin margen de duda el camino recorrido, y poder seguir avanzando con el impulso de conocer que hasta ahora he hecho un trabajo decente.
Caminar ligero de equipaje, tan solo con el bagaje de lo vivido en la evocación propia y la de aquellos a los que he amado, aquellos a los que sigo amando. Y mi barco tan solo izará al viento del destino dos hermosas velas, una para que se refleje en la perpetua existencia del mar, la mar, y la otra como símbolo de la paz, la pau, que espero que me acompañen hasta el final. Seguramente solo en mi ilusión, aunque siempre a mi lado de alguna forma.
Y espero que la ley del equilibrio compensatorio establezca una excepción, y el privilegio que me ha dado la vida al caminar en compañía de lo necesario para ser feliz, y me ha concedido que la mayoría de las veces la moneda cayera del lado deseado, no determine que otro ser humano tenga que vivir crucificado bajo una mísera existencia, probablemente inmerecida.
Y al final la tierna caricia del tiempo que me ha consentido deleitarme de la vida con toda la intensidad de que he sido capaz, me permita darle gracias a Dios por su generosidad al poder gobernar mi nave con la paz necesaria sobre una asombrosa mar.