Más vale tarde que nunca.

Literatura, cine, mundo musical, fotografía y toda la cultura en general.

Más vale tarde que nunca.

Notapor Leary » 10 Dic 2015, 20:15

Más vale tarde que nunca.
O eso dicen al menos.

Un año ya desde que me jubilé. Otra etapa diferente, otra forma de vivir. Hay gente que lo lleva mal, la verdad es que yo no. Me he apuntado a unos cursos y entre eso, leer, mis nietos, siento que mi vida está bastante completa.
Quizás podría tener un amante novio que me endulzara un poco la existencia pero no es algo en lo que piense muy a menudo, total, sólo suelen traer problemas. Dan alegrías sí, pero no sé si compensan, así que no busco, para qué...

¿Os habéis fijado que a veces no conoces la existencia de alguna cosa y no lo encuentras por ningún lado, pero que una vez que reparas en algo parece como si te lo encontraras delante de los ojos a cada momento? Una se pasa la vida sin saber que Tenochtitlán está en México, pero una vez que te enteras porque lo ves en un telediario, ya conoces a alguien que tiene una hija viviendo allí o unos vecinos que han pasado allí sus vacaciones este año. Y entonces te paras a pensar que si es tan común cómo es que tú no lo habías oído hasta ahora.

Eso me pasó en la clase de informática, reparé de pronto en un hombre que me estaba mirando. Quizás algo mayor que yo, alto, con una mirada profunda y oscura y con un pelo sorprendentemente negro para su edad. Con algunas canas entreveradas, pero que no daban tono gris al conjunto, el que predominaba seguía siendo el negro.
Sentí la necesidad de levantar la mirada del teclado y me lo encontré observándome. Mis ojos se enredaron con los suyos, casi sin darnos cuenta, él no apartó la mirada y yo tampoco, por lo menos hasta pasados unos segundos, en los que él la bajó rápidamente y azorado.
Me toqué la blusa inconscientemente para ver si se había desabotonado algún botón de más, pero todo estaba en su sitio. El insistía en mirar su teclado como si hubiera descubierto algún carácter que no conociera, como si se sintiera tremendamente intrigado por algo nuevo que atraía su atención con una desmesura propia más de un tierno infante que de un hombre mayor, ya bastante mayor, para decir la verdad.
Yo insistí en mirarle, y cada vez que él se atrevía a levantar los ojos ahí estaba yo a la espera. Su repentino interés en hurtarme la mirada, me arrancaba una sonrisa a cada vez...

Después me lo encontré en la clase de cocina que empezaba ese día, y en la clase de inglés que ya había empezado un poco de tiempo atrás. Pensé si sería nuevo y yo por eso no me había fijado en él, pero ahora que ponía atención veía que tenía confianza con algunos de los otros compañeros. Es cierto que a temporadas me encierro en mi mundo propio y no me entero de nada. Decidí ser formal y no azorarle más. Sólo miré con el rabillo del ojo si él me miraba. Y descubrí que sí. Empecé a reflexionar si acaso ya le conocía y no me había dado cuenta, pero llegué a la conclusión de que no. Era fácil tenerle localizado, ese día llevaba un jersey naranja.
Y como si hubiera estado siempre a mi alrededor me lo empecé a encontrar en la biblioteca, en el parque, en la frutería...
¿Podría ser que me lo hubiera encontrado en más ocasiones y nunca hubiera reparado en él?
Hoy le tenía delante en la biblioteca, ambos mirábamos nuestros periódicos, y nos lanzábamos miradas sesgadas, no sorprendí ni una sonrisa esbozada en su boca, tenía pinta de ser un señor muy serio.
Aceché por si me seguía por las calles, lo cual sí que me hubiera resultado preocupante, pero no llegué a verlo.
Hasta el domingo a la mañana en el parque. Una mañana fría, neblinosa y triste. Él llevaba también una chaqueta gris y se integraba en el ambiente. Al levantar la mirada le vi y sonreí, su presencia ya se me hacía habitual, no le sentía como un desconocido.
Venía de frente y le noté titubear al pasar por su lado. Así que me lancé al ataque.

-Buenos días- aderezados con una sonrisa.
-Buenos días- contestó también él, sin sonreír.
-¿Está ud paseando?
-Sí.
-¿Tiene algo en contra de que paseemos juntos?

Me podría haber dicho que sí, que tenía algo en contra y entonces me hubiera descolocado entera, pero la verdad es que tampoco lo pensé mucho. Ya no estamos en edades de perder el tiempo.

-No, claro que no, pero ni siquiera nos conocemos. – Me contestó él algo envarado.
-Si paseamos juntos, probablemente nos conozcamos más, y he notado que compartimos algunas actividades en el Centro Social.
-Si, es cierto. Me llamo Pablo. – Y ahora sí sonrió.

Su sonrisa fue como un rayo de sol que abriera la niebla y sus ojos brillaron como si en lugar de casi setenta años tuviera sólo unos tiernos veinte.

-Mi nombre es Mónica- le dije ofreciéndole la mano.

Me gustó su manera de apretármela, fuerte pero sin agobiar, su mano era cálida, la mía fría.

-Tiene las manos frías.
-Siempre las suelo tener así.
-Debería llevar guantes.
-Los tengo en el bolsillo.
-¿En el bolsillo también siente frío?

Reí a carcajadas. Me alegré de tener un compañero de paseo y decidí comentarle mi teoría (¿o es hipótesis?) sobre que nosotros no somos realmente viejos porque no tenemos nombre de viejos.

-¿Se ha dado cuenta que cuando nosotros éramos niños todos los viejos se llamaban Dionisio, Exuperancio o Epifanio pero nunca Pablo o Mónica?
-Es cierto. Imagino que los viejos de dentro de cincuenta años se llamarán Kevin Josua de todos los Santos.

Yo volví a reír y la niebla se apartó a nuestro paso.

El paseo transcurrió tranquilo, Pablo realmente era un hombre serio, pero con mucho sentido del humor. Yo era más chispeante, más de reír, él más de sonreír, yo hablaba más, él escuchaba atentamente.
Cuando el parque se nos acabó, el me invitó a tomar un café. O lo que yo quisiera, añadió atentamente. Probablemente pensaba en mi tensión.
Yo acepté, me sentía bien con él y los silencios eran muy naturales.
En el bar me fue más fácil mirarle a gusto y ganas, sus ojos eran marrones oscuros, aterciopelados y profundos, lo más destacable de su rostro sin duda.
Su pelo tenía canas intercaladas, así que tuve que desterrar la idea de que se teñía, quizás usaba uno de esos líquidos que teñían sin cubrir totalmente, podría ser así de presumido, su aspecto era cuidado, sin un esmero extremo. Sin pelos largos en la nariz, orejas y cejas. Cuando mostraba los dientes también parecían cuidados y su sonrisa era fresca.

Me contó que tenía dos hijos y yo le dije que tenía tres. Pero la verdad es que no era un tema en el que me quisiera extender.
Cuando mis niños eran recién nacidos había detectado la tendencia que tenemos los padres a girar toda nuestra conversación en torno a ellos y me resultaba un poco cargante y repetitivo. Ahora me daba cuenta de que nuestros hijos y nuestros nietos seguían copando nuestra vida y aunque yo los quería más que a nada en el mundo, procuraba apartarlos de mi conversación para que no se convirtieran en el eje principal de ella.
Prefería que me contase por qué se había apuntado a aquellos cursos. Aunque imaginaba que lo habría hecho por la misma razón que yo, para conocer gente, para estar oxigenado, para no sentirse aparcado.

No miró el reloj en ninguna ocasión y eso me gustó. No miró el móvil y también me dio buena impresión.
Enredados en la conversación, habiendo hablado ya de varios temas, comenzó a contarme por qué se había apuntado a esos cursos. Quería conocer gente.
Y yo me quedé con la duda de si se refería a mujeres, aunque me pareció muy pronto para preguntárselo directamente.
Quedamos en vernos por las clases y nuestros caminos se separaron en aquel domingo atípico.

Lo peor de ir a unas clases de informática con gente de tu edad, es decir, entre sesentaytantos y setentaytantos, es que a veces las explicaciones se alargan inverosímilmente. Unos no oyen, otros no ven, otros no entienden.
El profesor se pasea, atiende personalizadamente y los tres que controlamos algo de ordenador nos aburrimos como ostras. Un curso de excel se convierte en un curso de tratamiento de textos básicos en un tris tras.
He visto clases de informática esfumarse porque alguno juraba y perjuraba que su teclado no tenía la letra eme, por un poner.
Lo mejor es que el profesor no te riñe si te pilla navegando por internet, siempre que no te metas en páginas guarras, puedes forear o contestar el correo.
Agradecer a tu hermana los 1000 pps mensuales que te manda, escribir a los nietos, ver las fotos que te envían. Y a veces te encuentras sorpresas en la bandeja de entrada.

He lanzado tres o cuatro miradas a Pablo por encima de los monitores, pero debe estar atendiendo su correo igual que yo, su mirada es concentrada.
Sonrío, jamás pensé verme a mi edad haciendo el moñas como a los quince años en el instituto.

De: pablobernal@gmail.com
A: monicavilla@gmail.com

Hola Mónica, ¿te aburres tanto como yo?

De: monicavilla@gmail.com
A: pablobernal@gmail.com

Más. Tú del 1 al 10 cuánto te aburres?


De: pablobernal@gmail.com
A: monicavilla@gmail.com

Pongamos que un 9, no digo 10, porque estás tú.
Me gusta mucho más la clase de cocina, sobre todo desde que somos compañeros.

De: monicavilla@gmail.com
A: pablobernal@gmail.com


Estaba yo pensando... y si nos apuntamos a una de bailes de salón?

De: pablobernal@gmail.com
A: monicavilla@gmail.com

Pero si yo no sé bailar 


De: monicavilla@gmail.com
A: pablobernal@gmail.com

Si supiéramos no nos tendríamos que apuntar, tonto.


De: pablobernal@gmail.com
A: monicavilla@gmail.com

Pongamos que de un 1 a un 10, me gustas un 11, no sé si te lo he dicho...


De: monicavilla@gmail.com
A: pablobernal@gmail.com

Me estás tirando los tejos?
De: pablobernal@gmail.com
A: monicavilla@gmail.com

Sí. Yo es que soy un amante a la antigua...



De: monicavilla@gmail.com
A: pablobernal@gmail.com

Pues te has declarado por mail, guapo.
Un amante a la antigua qué quiere decir? Que no follamos hasta que nos casemos?

De: pablobernal@gmail.com
A: monicavilla@gmail.com

Mónica, por favor!!!
Invítame a cenar y lo hablamos.

De: monicavilla@gmail.com
A: pablobernal@gmail.com

De qué hablamos, de cuando follamos??

De: pablobernal@gmail.com
A: monicavilla@gmail.com

Eres imposible. Te espero a la salida...

Probablemente le he escandalizado. Y eso me encanta.


Hay grandes curiosidades en la naturaleza. Enormes.
Parece ser que muchos animales actúan por instinto en múltiples áreas. Algunos instintos quizás más de animales racionales que de lo contrario, respecto a sus crías, sus nidos, o a la fidelidad.
Yo reconozco que siempre he sido muy boba. Quizás por eso me parezca a los pájaros bobos por antonomasia, los pingüinos. Parece que la idea de su fidelidad está actualmente ya devaluada, pero siempre escuché que eran unos animales fieles, y torpes y bobos. Talmente como yo.

Porque sí, yo también adoro tener pareja. Una mitad que esté pendiente de mí y de la que estar pendiente. La palpitación confusa que se prolonga en la mente al estar pendiente de alguien, la cadencia de dedicar pensamientos y suspiros a alguien externo a nosotros, manteniendo la independencia, siendo algo hosca para no mimetizar del todo con el otro, para no unirse inseparablemente, para no lastrar tu vida y tu desarrollo con alguien que te ahogue, pero sabiendo que si encuentras el complemento adecuado tu felicidad se implementará hasta cotas inimaginables.

A la salida Pablo me esperaba, le miré y sentí que me faltaba el aire. Cosa más tonta. Así que hice algo sin pensar, le ofrecí mi mano. Y él la tomó.
Estaba oscuro y la niebla, acompañante inesperada otoñal, caía como un manto sobre las calles.
Le miré y sonreí y él me devolvió la sonrisa.
Me daba placer sentir su mano en la mía, al pié de una farola él me tironeó y paramos.

-Entonces ¿vamos a cenar?
-Sí, ¿dónde quieres cenar?
-Donde tu quieras. ¿Vamos a hablar de follar? me preguntó con cierta angustia.
-No seas tonto, si ni siquiera nos hemos besado aún.
-Eso decía yo...

Y para no esperar más puse mis labios sobre los suyos, al pié de la farola. Cerré los ojos y acaricié mis labios con los suyos.
Sus ojos al sonreír tenían veinte años, me atrevería a apostar que sus labios al besar no rebasaban los treinta.



Pablo se azoró como no podía ser de otra manera por mi asalto en mitad de la calle. Él está chapado a la antigua. Quizás a partir de cierta edad todos estamos chapados a la antigua y probablemente ver a dos viejos besándose en mitad de la calle también me hubiera escandalizado a mí hace cuarenta años.
No sé por qué ver besarse a alguien tenga que escandalizar a nadie. A no ser que se nos cayera la dentadura postiza a alguno de los dos, si hiciéramos ventosa, si acaso. Pero no fue así en esta ocasión.

Hay algo en el amor que te hace ser feliz de una manera tonta e inexplicable. Yo quería a toda costa mantener nuestra relación en una burbuja, en un ambiente aséptico, en el que nosotros estuviéramos dentro y todo el resto del mundo fuera. Necesitaba ser totalmente egoísta.

Era feliz con nuestros paseos, nuestras clases, nuestras visitas a museos, comentar libros que a ambos nos gustaban, ir al cine. Realmente para ser feliz en muchos casos sólo hay que querer.

- Mónica eres imposible.
- Seré improbable, Pablo, improbable. Maticé yo y sonreí.
- ¿Cuál es la diferencia?
- ¿Recuerdas a Sheldon el de la serie esa de Bing Bang Theory? Una vez le explicaba algo a Penny, y ella le dijo que era imposible, él le dijo que existir existía, por lo tanto imposible no podría ser, porque estaba allí.
- Sea como fuere me haces reír y me gusta estar contigo, creo que le das un brillo a mi vida diferente que cuando estoy solo.
- Pablo, quería hacerte un regalo. Había pensado que podíamos irnos de viaje a algún lado. ¿Te parecería bien?
- ¿A dónde?
- Pues no sé, eso es lo de menos. A Praga, por ejemplo. ¿Has estado allí?
- Sí.
- Yo no. ¿Te gustaría volver?
- Claro que sí.

Recogimos nuestras cosas para salir de la cafetería. En la puerta nos dimos de bruces con una pareja con una niña.

- Hola ¿Papá?
- Hola hijo. Mirad, aprovecho a presentaros, esta es Mónica.

La verdad es que no sé qué les causaba tanta sorpresa de que su padre saliera de tomar café con una mujer, probablemente no tendrían la boca más abierta si nos hubieran pillado en la cama. Yo saludé, prestando atención especial a la bella jovencita que adiviné sería la nieta de Pablo. Ellos reaccionaron y también me saludaron. Proseguimos nuestro paseo.

- Parece que se han sorprendido mucho, Pablo.
- Bueno, no les había comentado nada...
- ¿Comentarles el qué? ¿Qué íbamos a tomar café? Reí yo.
- ¿Tú les has dicho algo a tus hijos?
- La verdad, aún no, pero mis hijos seguramente no digan nada. Están acostumbrados a que tome mis decisiones.
- Mis hijos igual piensen que estás conmigo por mi dinero.

Me quedé con la boca abierta.

- Pero ¿tú tienes dinero?
- Sí.
- ¿Y cómo no me lo habías dicho?
- ¿Te hubiera gustado más si lo hubiera hecho?
- Sin duda, no lo dudes ni por un momento.

Enlacé su brazo y seguimos nuestro camino envueltos en disquisiciones de fortunas y problemas familiares. Quién me iba a decir a mí que algún día iba a tener una conversación de esta clase. Qué cosas...

-Mónica, tengo que decirte algo importante.
-Dime...
-Es algo un poco embarazoso.
-Seguro que es algo sexual o familiar. Intenté ayudarle yo.

Sí, seguramente sería algo sexual, su azoramiento así lo indicaba, habíamos hablado de casi cualquier tema, nos besábamos, abrazos y caricias estaban a la orden del día, pero ninguno de los dos había hecho intención de ir más allá.
Se veía que era algo que le preocupaba profundamente, yo pensé que quizás él tendría algún problema, por edad, no sería tan raro, quizás alguna medicación. Probablemente estuviera preocupado porque no sentía cosas físicas hacia mí que quisiera sentir o que creyera que tenía que sentir.

-Dime, corazón.

Yo no era especialmente melosa al hablar, nada de caris, churris, o cariñitos, pero a veces si se lo soltaba, me hacía gracia ver cómo se azoraba su cara, porque él era aún más serio que yo.

-Mira, Mónica, ya tenemos una edad.
-Cierto.
-No me vaciles, joder, que si no no arranco..
-Es que te pones tan serio...

A veces la conversación se truncaba ahí. Pero aunque ya teníamos una edad como él decía, yo no tenía prisa. Tenía todo lo que yo quería, a él. Y así era feliz, para qué preocuparse mucho más y menos por la edad.

Pablo cada vez se ponía más y más pesado en que tenía que ir a su casa a conocer a sus hijos y que quería conocer a los míos, creo que para él los formalismos eran más importantes que para mí. Yo le quería complacer, pero a la vez sentía un temor infundado y enorme de que eso nos crease más problemas a que nos allanase el camino. Lamentablemente las familias es lo que suelen hacer, sean padres, hijos o cuñados.

Aún así, tanto insistió que al final accedí a reunirme a comer un domingo con su hijo, su hija, sus respectivos y sus nietos.
Pasé horas delante del espejo buscando algo que ponerme, algo que no me preocupaba para salir con él y tenía que perder el tiempo azorándome por su familia.

La verdad es que yo ese día estaba incómoda y eso no podía ser nada bueno.
El hijo de Pablo y su mujer no fueron un problema, no sé si fue porque ya me conocían me acogieron con amabilidad y hasta con cierto cariño potencial. Su hija ya fue otro cantar, sintió hacia mí un encono casi incontrolable desde que entré por la puerta.
Con los niños no hubo problema, siempre me he llevado bien con niños y jovencitos, probablemente a causa de mi carácter inmaduro.
Su hija no se cortó de mostrarme toda su desaprobación y yo procuré hacer gala de indiferencia y educación.
Me daban ganas de coger y sacudirla y darle una contestación por malcriada.
De hecho, me daba un poco de rabia que Pablo no le plantara un bofetón, aunque ya fuera mayor para eso, pero quizás un comentario cortante por su parte...

Pero Pablo mostraba una gran incomodidad, y se ve que prefería que todo se arreglase por su propio peso, lo que pasa que a veces no sucede eso.
Yo casi veía pasar la película por delante de mis ojos, su hija envenenándole en mi contra continuamente.
Yo consideraba que Pablo tenía personalidad y carácter y solía ser así, pero increíblemente delante de su hija se convertía en mantequilla pura y se dejaba mangonear, era tierno, pero inconveniente.
No creo que estuviera celosa de esa cualidad que su hija ejercía sobre él.
Creo que yo también lo hacía, y era algo que me gustaba de él, que a pesar de ser duro, pudiera ceder por cariño.

La comida fue incómoda. Pablo no estaba feliz. Pero yo no le daba tanta importancia, son cosas que pasan.

Al poco me llevé a Pablo a mi casa, la misma situación, pero mis hijos le acogieron como un amigo, dejaron bien claro que era asunto mío con quien andaba y que le acompañaban en el sentimiento por tener que aguantarme. Hubo risas y todo discurrió bien, quedó claro que por parte de mis descendientes no habría más que facilidades.

El tiempo corre mucho más deprisa cuantas más decadas tienes y encima los huesos duelen más y cuesta mucho más llevar el ritmo.
Hay días que uno tiene que agarrarse la orejas para no caerse de la vida y tener algo fijo a lo que sujetarse.
Pensé que había llegado el tiempo de regalarnos el viaje, así que compré dos billetes para Praga. Y los llevé a nuestro siguiente encuentro.
A Pablo le parecieron bien las fechas y el destino, un poco más le preocupó si íbamos a compartir habitación. Parecía una quinceña ruborosa y a mí me hizo gracia.

Al día siguiente me dijo que no podía ir, en su casa no les parecía bien.
Ya.

-Es a Sofía a quien no le parece bien, ¿verdad?
-Bueno, cree que vamos muy deprisa.
-¿No eras tú, el que decías que teníamos una edad y que había que darse prisa?
-No te enfades, Mónica...
-Sí, si me enfado, Pablo. Toma los billetes, lleva a tu hija de viaje, a ver si encuentra momento para ir contigo. Si ninguno de tus hijos quiere ir, si te apetece me vuelves a llamar.

Y me marché. Porque entre los muchos defectos que me desadornan está el pronto. Cuando doblé la esquina ya sentí mi impulso. Pero en fin, ya estaba hecho, y me daba rabia que él no me pusiera por delante de su hija.
Aunque bien pensado, ella era su hija y a mí me había encontrado en la calle.
¿No pondría yo a mis hijos por delante de él, si fuera el caso? Claro, lo haría.
Suspiré y me fui.
A ciertas edades ya una no va a cambiar.

Pasaron unos días y Pablo no daba señales de vida. Yo ya comenzaba a pensar que debería ser yo la que llamara. Aunque no fuéramos a Praga juntos. Aunque no fuéramos amantes y sólo amigos. Yo quería a Pablo en mi vida.
Así que agarré el teléfono y le mandé un sms: “Nos vemos?”

A los veinte segundos sonó el teléfono.
Era él.
Me dio rabia que estuviera esperando a que diera yo el primer paso, pero había llamado rápido y no tenía edad para andarme con orgullos tontos.


-¿Sí?
-Hola Mónica, te iba a llamar yo...
-Yayaya. Pero no me has llamado.
-¿Quieres cenar conmigo mañana y luego compartir habitación de hotel? Creo que ya es hora de que hagamos ciertas cosas.
-Claro que quiero.

Nada del viaje a Praga. Vale, mejor así. Si era un tema problemático lo dejamos y ya está, tampoco es tan importante, y si hace falta me voy sola y ya está.

A la noche siguiente, en cuanto le vi, le di un abrazo fuerte, apretado, intenso, largo, sincero. Y él me lo devolvió.
Cenamos y reímos.
Él estaba nervioso como un púber en su primera vez y la verdad es que a mí me daba tanta ternura contemplar su desazón que no me puse nerviosa yo.
Imaginaba que la sesión de sexo a nuestra edad no sería tan intensa como treinta años atrás, que las tetas caídas y los huevos colgantes robarían calidad estética a la puesta en escena, que igual echásemos un rato a comentar nuestras cicatrices variadas, pero también pensaba que todo habría de ser tierno y eso me bastaba.

Subimos a la habitación, al entrar por la puerta él me dio un beso largo, húmedo, entregado, posesivo, inacabable y totalmente inesperado contra la puerta.
Sentí su erección en mi muslo. Sí, la sentí.
Y me sorprendí tremendamente porque yo pensaba que lo que él no se atrevía a contarme era alguna disfunción eréctil, que era lo que le daba pudor, no estar a la altura, pero parecía que me había equivocado.
Su erección era como la de un joven de 20 años y me presionaba con tanta fuerza que pensé que podría atravesar mi fémur osteoporósico y clavarme contra la puerta.

Me asusté un poco. Quizás al fin y al cabo él tuviera más ímpetu que yo, quizás le decepcionara y le resultase fría, así que intenté no quedarme atrás, mi lengua luchó un combate desaforado con la suya, mis manos recorrieron su espalda, su nuca, su culo.
Nos tiramos sobre la cama enlazados, hicimos la croqueta rodando sobre nosotros y yo temiendo que nos descoyuntáramos una cadera.
Él tenía tan ansia que la cosa casi me daba risa, luego pasé a preocuparme, pensé si habría alargado demasiado el momento sexo y si él lo habría estado pasando mal, a él se le veía realmente agitado, su respiración era entrecortada.
En la cama prácticamente nos arrancamos la ropa de una manera bastante extraña, pero todo transcurrió bastante bien, nuestras miserias físicas no resaltaron tanto como para trasladar el foco de atención, él no me traspasó el fémur, pero pensé que me clavaría en la cama. Fue una relación acelerada, apasionada y lo suficientemente larga.
Ambos caímos de espaldas sobre la cama, extenuados.
Miramos al techo. No habían pasado tres minutos. De esos minutos raros después de que el deseo escapa de tu cuerpo y te encuentras desmadejado y recogiendo sensaciones, cuando Pablo habló:

-Mónica...
-¿Sí?
-Mira como estoy...

Le miré a los ojos, pensé que me iba a decir que estaba emocionado, pero su mirada se dirigía a su entrepierna y la sábana parecía extraña y anacrónicamente una tienda de campaña.
Yo no daba crédito. Levanté la sábana con aprensión y aquello estaba en pleno uso y facultad.

-Pablo, ¿te has tomado una viagra?
-Sí, dijo él, pero lo peor no es eso.
-¿No te habrás tomado dos?
-No, lo peor es que me encuentro mal.

Le miré a la cara alarmada. Su color no era normal y respiraba con dificultad.

-Dime que te la recetó el médico.
-No, me la pasó un amigo.

Salté hacia el teléfono, llamé al 112 y a recepción para avisar que había pedido una ambulancia. Salté para buscar las bragas.
Pablo cada vez estaba peor y yo más preocupada. Después de ponerme las bragas yo, busqué sus calzoncillos, teníamos la habitación regada de ropa.

No nos privamos de nada. Ambulancia, Pablo perdió el sentido, nervios, llamar a su hijo, hospital, angustia. Y yo sin saber qué decir que le había pasado, sólo que se sintió mal, y dónde estabais? En un hotel. La verdad es que no resultaba muy fácil de contar y me alegré de hablar con su hijo en lugar de con su hija.

Fueron unas horas difíciles, yo me mordía los nudillos, Pablo tenía una hipotensión arterial y alguna cosilla más a causa de la pastilla, pero aunque su hijo hablaba con el médico no me enteré de si sabía lo que había tomado o no. Yo no dije nada.
Me daba miedo perderle. Encontrarle para perderle tan pronto.
A estas alturas ya había sufrido más pérdidas y ya sabía cómo se pasaba. Ese conocimiento no me consolaba, claro.

Pasé a su habitación, él estaba sedado, me quería quedar con él, pero con toda su familia alrededor, y dado que su hija no me miraba con buenos ojos, preferí pasar a un segundo plano. Me marché en silencio. Le dije a Pablo junior que si necesitaban algo me llamaran, que si querían que me quedase a cuidarlo me llamasen. Él me dijo que así lo harían.

Lloré claro, como no llorar. Una ya esta menopáusica pero las tormentas hormonales aún golpean de vez en cuando y más en estas situaciones de estrés.
Dormí poco y mal. Marqué cinco veces el teléfono de su hijo y cinco veces colgué.

A la mañana siguiente, él me llamó.

-Mónica, ven, pregunta por ti.

Y fui rauda y veloz.

Estaba consciente. Entré y le mojé la cara con mis lágrimas, le besé los ojos, la nariz, las mejillas y le llamé tonto e inconsciente mil veces entre susurros nerviosos.

-Mónica, ¿ les has dicho algo a mis hijos?
-No.
-No se lo digas, el médico me va a guardar el secreto y sólo les ha hablado de las consecuencias, no de lo que lo causó.
-Mejor, no quiero que Sofía crea que quiero matarte.
-Bah, no importa lo que Sofía crea.
-No importa.
-Vale.
-¿Entoces nos vamos a Praga?
-Claro. Pero solos eh...
-Sin hijos.
-Sí, y sin viagra.

Y esta vez le besé como si tuviéramos setenta años, con toda la sabiduría que mis labios habían atesorado, con todo el cariño que era capaz de sentir, con todo el amor que sabía mostrar, aprendido durante largos años.
Última edición por Leary el 10 Dic 2015, 22:36, editado 1 vez en total
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Re: Más vale tarde que nunca.

Notapor Athenea » 10 Dic 2015, 20:20

Uy !! voy a leer , luego comento .
Athenea
 

Re: Más vale tarde que nunca.

Notapor sys_1971 » 10 Dic 2015, 20:50

e1114

Ya era hora de que alguien volviera a escribir!!!

Edito: debo tener hambre porque me como las palabras.
Última edición por sys_1971 el 10 Dic 2015, 20:56, editado 1 vez en total
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Re: Más vale tarde que nunca.

Notapor Athenea » 10 Dic 2015, 20:53

Ya ... precioso , precioso , precioso , tres veces , e1118 . Una historia que sería maravillosa vivirla , ( salvo lo del viagra , claro ) . me ha gustado lo de darle los billetes de Praga , yo hubiese hecho igual ..
Esta historia demuestra que siempre somos jóvenes para enamorarnos. Leary te superas en cada vez más . e187
Athenea
 

Re: Más vale tarde que nunca.

Notapor Leary » 10 Dic 2015, 22:37

Gracias por pasaros, reinas. e1113
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