Un agradable olor a pan recién hecho penetra por la ventana de la barbería situada justamente sobre la panadería de Sara. Allí un diferente Fígaro, llamado Benjamín utiliza con maestría la navaja para ganarse la vida de forma honrada como barbero, tras un oscuro pasado en la cárcel que por supuesto trata de olvidar. Aunque un sentimiento de venganza a veces le sigue arrastrando hacia pensamientos malévolos.
Pero ese hilo del pasado le persigue y su relación con Sara se enturbia entre el amor y el desagravio, hasta que inducido por los encantos y la inteligencia de ella, de nuevo se ve en la necesidad de cometer otro delito. En esta ocasión un asesinato que parece que colma la satisfacción de ella y sacia, falsamente, las ansias de venganza del propio Benjamín.
Deshacerse del cadáver, del primero, luego vendrán más, supone un contratiempo, adversidad que la malvada Sara acaba por solucionar. En todo el barrio se hacen de inmediato famosos los deliciosos pasteles de carne e hígado de la panadería. Realmente el aroma invade las calles más cercanas hasta expandirse de boca en boca los favorables comentarios de los exquisitos pastelillos rellenos de carne, de carne humana.
La panadería se hace de inmediato famosa y sus fieles seguidores hacen cola para conseguir hacerse con ese placentero manjar. La perversa panadera necesita más materia prima para seguir elaborando sus famosos pasteles de carne y Benjamín, enamorado de Sara se deja manipular por ella, que acaba dándole argumentos para seguir asesinando, no tan solo para mantener el auge del negocio sino también para eliminar personas que a ella no le son gratas.
Al final el único cuerpo que no fue convertido en pastel de carne fue el de la propia Sara ya que Benjamín antes de ser ahorcado por sus crímenes, al descubrir la verdad de las mentiras de la panadera, decide quemarla en el mismo horno donde ella cocinaba sus suculentos pasteles.
Luego Benjamín es apresado por la policía y ajusticiado en la plaza de la ciudad. Las calles se quedan sin el reconocible perfume de los pastelillos de carne, pero al mismo tiempo después de conocer la noticia una intensa sensación de repugnancia invade al barrio durante mucho tiempo. Nadie, nunca volverá a comer pasteles de carne, la panadería se ha convertido en un almacén de grano y en la planta superior sigue intacta la barbería, nadie quiere alquilar el local ni tan siquiera nadie quiere limpiarlo, tal vez sea un desagradable y necesario recuerdo de unos hechos un tanto trágicos, aunque bien elaborados.
A pesar de que el asesinato por amor no modifica la perversa condición de tan reprobables actos, al menos a ojos de personas de almas primarias si lo suaviza, aunque en ningún caso el delicioso aroma de los famosos pasteles de carne de Sara, aminoran el odio hacia ella. Todos están de acuerdo en que inducir a cometer asesinatos para fomentar un floreciente negocio no debe ser tenido como una buena estrategia de mercado.
Es posible que Sara desde las cenizas en que se ha convertido piense que es un desperdicio que el cuerpo de Benjamín sea enterrado para dar alimento a los gusanos, cuando ella hubiera podido satisfacer las necesidades de sus clientes con sus afamados pasteles de carne humana. Una pena.