Es fin de año y está escrito que hay que disfrutar de la noche, mientras nuevos propósitos ocultan antiguas decepciones y el deseo de cambio a mejor se diluye en la mente a medida que el alcohol invade la sangre efervescente. Todo es alegría porque parece que así debe ser. La mañana siguiente la resaca restituirá al mar del olvido esos benditos proyectos y todos seguirán su azaroso camino.
Por fin a Barrie y Hogan les parece que es hora de retirarse a descansar, no les cabe ni una pinta más, ha sido una noche divertida y ahora algo deshilvanada, los pasos zigzagueantes de los dos amigos, dibujados en la nieve que aún no se ha congelado, demuestran las dificultades que les esperan para llegar a casa, sus estridentes risas se pierden entre la niebla y la escasa luz teñida de naranja que ilumina las oscuras calles del pueblo.
En una esquina, sobre la acera y cubierto por un pequeño parterre cilíndrico de nieve blanca y mullida, un cubo de basura permanece inhiesto ajeno a todo, incluso desconoce que en esa noche nadie vendrá a vaciarlo. Uno de los amigos, Barrie, al pasar le da una insustancial patada que lo derriba y una vez en la calle le hace emprender un ligero recorrido rodando por la helada pendiente. Ambos se miran complacidos y prosiguen su largo y tortuoso camino entre desproporcionadas carcajadas y un sinfín de palabras inconexas.
Dentro del coche la maltrecha calefacción es incapaz de compensar el frío exterior y unos gruesos guantes de lana le sirven a Lugh de protección, mientras una enorme bufanda a juego le cubre la boca y la nariz, dejando tan solo a los ojos la visibilidad suficiente para no correr riesgos, conduce con cuidado y deseando llegar a casa después de una noche de trabajo tan duro como de costumbre en la mina, los turnos de noche, incluso en fin de año le ayudan a salir adelante y más ahora que Ciara está embarazada y dejará temporalmente su trabajo en el hospital.
Su pensamiento le lleva a rememorar su primer encuentro, aún en la adolescencia cerca del río, algo casual pero definitivo, desde ese día se prometió compartir la vida con ella y Dios quiso que así fuera, la admira como persona, la adora como compañera y la ama como esposa. Es sin duda su motivo para vivir feliz. Sueña con llegar a casa acostarse a su lado en la cama y empaparse de la tersa piel de su amada.
De repente, entre la niebla aparece algo que ocupa la calzada y se dirige hacia su coche, le parece reconocer un cubo de basura, ese es su penúltimo recuerdo, luego intenta esquivarlo, lo consigue pero pierde el gobierno del vehículo que tras patinar sin control acaba estrellándose con virulencia contra un centenario árbol que recibe el impacto estoicamente, dejando caer unos cuantos copos de nieve sobre el maltrecho coche de Lugh.
El estrépito ha sido suficiente como para despertar a los vecinos más cercanos, algunas luces iluminan con intensidades variables las ventanas de las casas colindantes, mientras desde el coche llega el sonido ininterrumpido de la bocina y una espesa columna de humo negro se eleva desde el destrozado motor.
Una macabra danza de hombres y mujeres en pijama y bata, con zapatillas de cuadros y cara de sueño y pánico rodea el vehículo. Alguien por fin decide avisar a la ambulancia que acude presurosa invadiendo el espacio con su penetrante ulular y una disuasoria luz azul demasiado intensa y un tanto desproporcionada.
El teléfono suena desgarrador y persistente hasta que ella acierta a despertarse, le llaman del hospital, un accidente grave la demanda en el quirófano de forma inmediata. Conoce la rutina y en menos de diez minutos está dispuesta para salir de casa, pensaba utilizar el coche de su marido, pero ve que aún no ha llegado, cogerá el suyo y perderá un par de minutos que tal vez sean definitivos. Mientras, habla por el móvil con el hospital donde se le proporciona toda la información que creen necesita en ese momento. Aunque algo queda por comunicarle.
Mientras se acaba de colocar los guantes y la mascarilla el compañero de Ciara le advierte de que el herido con traumatismo craneal y varias costillas hundidas en sus pulmones es su marido. Le pide que le deje actuar a él, que espere, que le parece imposible que ella tenga la serenidad de enfrentarse a la muerte que se está llevando a su marido, su embarazo y el riesgo de perder a la niña tampoco ayudan, pero ella se niega.
Por un momento Lugh, es capaz de volver a una cierta lucidez y cuenta entrecortadamente la causa del accidente, un cubo de basura se cruzó en su destino, un destino que ya está dibujado en los ojos de Ciara, sabe que morirá.
Después de luchar denodadamente para salvarle la vida Ciara se da por vencida y escribe unas escasas palabras al lado de la ficha de su marido: hora de la defunción 5.37. Luego, confusa aunque aún entera llama a sus padres Barrie y Aghna para darles la noticia, ambos dormían y quedan atónitos. Acuden raudos al hospital para estar al lado de su hija, y allí ella les cuenta los detalles del trágico accidente, Barrie comprende exactamente que a partir de ese momento deseará estar muerto el resto de su vida y ese sentimiento le acompañará siempre si es capaz de soportarlo.
Debe enfrentarse a contar la verdad o eludirla, habla con Hogan que tan solo le dice que la apoyará en la decisión que tome, que el mal ya está hecho y a veces la verdad tan solo empeora las cosas, que depende de su conciencia. Al final cree que pase lo que pase lo mejor es explicar lo sucedido, lo cierto es que han sido una serie de circunstancias que solo un maléfico destino podría conjugar.
Ciara no puede aceptar esa verdad y mientras su madre Aghna intenta consolarla, ella toma la determinación de suicidarse, se ve incapaz de cuidar a su hija, no soporta el dolor. Odia profundamente a su progenitor y determina vengarse de esa forma.
Empapada en sudor y con los ojos llenos de lágrimas, despierta súbitamente y da un grito de angustia que despierta a Lugh que dormía a su lado como un bendito. El embarazo le hace tener pesadillas que en ocasiones le despiertan, pero nunca de la crueldad y realidad de la de esa noche de fin de año. Un chocolate caliente, una pequeña conversación para calmarse y ambos vuelven a dormir, ella cierra los ojos feliz y repuesta, pero el teléfono volverá a sonar…
Cuando apenas las primeras luces de la ingenua alborada imprimen cierta claridad al primer día del año, de nuevo suena el teléfono está vez es el móvil de Ciara, su padre le llama apesadumbrado para decirle que llevan a su madre camino del hospital, parece un infarto. Esta vez no es un sueño, Lugh a su lado la mira incrédulo y ambos se levantan sin perder ni un segundo.
Por el camino, helado y peligroso, se cruzan con personas que vuelven a sus casas después de una larga noche de diversión. Incomprensiblemente a su paso se topan con un cubo de basura que circula calle abajo, aunque sin más.
Cuando llega Ciara, su madre Aghna ya está en la uci, sedada y tranquila, ha sido tan solo otro aviso. Barrie, Ciara y Lugh esperan con un enorme tazón de café en las manos que las horas transcurran plácidas para poder conocer exactamente el estado de Aghna, pero todo hace indicar que nada malo sucederá.
En ese moento llega al hospital un hombre que ha chocado contra un árbol al intentar esquivar un cubo de basura que extrañamente ocupaba la calzada. El hombre tan solo tiene heridas de escasa importancia. Ciara mira duramente a su padre, antes de esbozar una ligera sonrisa, ambas circunstancias causan un efecto muy extraño en Barrie que a su vez mira a Lugh como pidiéndole explicaciones pero el cansancio de él solo le permite estar pendiente de una volutas de humo que ascienden hacia el techo desde su taza de café.
Ciara cree que Aghna sería un hermoso nombre para su hija, está preocupada por su madre y cree que estaría bien hacerle ese regalo, Barrie cree que su hija y su marido trabajan demasiado, pero que el amor que se profesan les dará una vida llena de felicidad y Lugh que sigue perdido entre el aromático humo del café sueña con poder cambiar su turno y así pasar más tiempo con su adorable mujer.
Mientras en la uci, ajena a los sueños de sus seres queridos Aghna se recupera de su penúltimo infarto, el siguiente al cabo de dos meses, no le permitirá conocer a su nieta que por deseo propio se llamará Hope. Siempre pensó que ese nombre la ayudaría a conocerla, pero no pudo ser.
Un fin de año en un pequeño pueblo de Irlanda, un fin de año y la llegada de un nuevo que no necesariamente tiene que celebrarse con falsa alegría, o tal vez dados los acontecimientos sí, no lo sé la verdad. Yo prefiero intentar estar contento siempre el día menos pensado, aunque dadas mis circunstancias al ser un pobre y solitario necio, eso suele ocurrir muy pocas veces, y no ejercer la costumbre social de tener la felicidad marcada en el calendario de los convencionalismos. Hoy toca por decreto, pues yo paso, aunque luego no me toque jamás.
Feliz año, pues.
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