Y que más da!!
Publicado: 13 Feb 2016, 10:36Un día cualquiera.
Pasan los barrenderos olímpicos, en parejas de tres, nadando por el suelo del cielo, pintando con sus extintores la diáfana oscuridad, el amado recelo y los arbitrarios caramelos de limón. Un ruido procedente del silencio abastece de hormigas verdes la mañana, llena de impecables siluetas de almas rotas y cantantes de tangos.
En su momento, aunque mucho antes, el día recibe, boca abajo, una fina lluvia de paraguas ortogonales, que una vez separados del transversal trigo, dirigen sus pasos de lluvia hacia el barco de cristal y espuma, que zarpa con destino al centro de la tierra, sin más cargamento que la independencia de Abril.
Apenas los desvencijados árboles, rojos de pereza, lavan sus pies en la fina harina de nueces cadavéricas, una resuelta bandada de elefantes prematuros poliniza, con sus brazos de sal y pimienta, los parquímetros de algunos aviones que, mientras cantan “Imagine” se liman, con cierta parsimonia, las uñas de sus ventanas egipcias.
Entretanto, yo camino, despacio en mi cama, lleno de miércoles, indagando la posibilidad de vencer el desafío del supermercado, mordiendo pequeños trozos de queso emmental y bebiendo en tus ojos morenos y desiguales. El día pasa enamorado de la muerte y los enigmáticos peces, que viven en el techo de papel higiénico, nadan en la abundancia y, luego, ya resueltos, toman el camino de vuelta a la nevera, que les espera en pantalón largo y botas de pulpo.
Por fin, anochece, el sol de gasolina luce en lo más alto, nubes de veintidós centímetros se pierden en las calles de Montmartre, y Chavela Vargas, desde el púlpito del ascensor, canta con los ángeles negros y azules, celebrando su 94 aniversario. Todo está en ebullición, excepto la nada, que descansa, ensimismada, entre partituras de acero inoxidable, enmohecidas por el paso del tren dirección a Saturno, que conocedor de la llegada de acelgas, periodistas y ácaros, se cierra en sí mismo, hasta parecer Rajoy hablando de servilletas de oro y loros de mantequilla.
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Pasan los barrenderos olímpicos, en parejas de tres, nadando por el suelo del cielo, pintando con sus extintores la diáfana oscuridad, el amado recelo y los arbitrarios caramelos de limón. Un ruido procedente del silencio abastece de hormigas verdes la mañana, llena de impecables siluetas de almas rotas y cantantes de tangos.
En su momento, aunque mucho antes, el día recibe, boca abajo, una fina lluvia de paraguas ortogonales, que una vez separados del transversal trigo, dirigen sus pasos de lluvia hacia el barco de cristal y espuma, que zarpa con destino al centro de la tierra, sin más cargamento que la independencia de Abril.
Apenas los desvencijados árboles, rojos de pereza, lavan sus pies en la fina harina de nueces cadavéricas, una resuelta bandada de elefantes prematuros poliniza, con sus brazos de sal y pimienta, los parquímetros de algunos aviones que, mientras cantan “Imagine” se liman, con cierta parsimonia, las uñas de sus ventanas egipcias.
Entretanto, yo camino, despacio en mi cama, lleno de miércoles, indagando la posibilidad de vencer el desafío del supermercado, mordiendo pequeños trozos de queso emmental y bebiendo en tus ojos morenos y desiguales. El día pasa enamorado de la muerte y los enigmáticos peces, que viven en el techo de papel higiénico, nadan en la abundancia y, luego, ya resueltos, toman el camino de vuelta a la nevera, que les espera en pantalón largo y botas de pulpo.
Por fin, anochece, el sol de gasolina luce en lo más alto, nubes de veintidós centímetros se pierden en las calles de Montmartre, y Chavela Vargas, desde el púlpito del ascensor, canta con los ángeles negros y azules, celebrando su 94 aniversario. Todo está en ebullición, excepto la nada, que descansa, ensimismada, entre partituras de acero inoxidable, enmohecidas por el paso del tren dirección a Saturno, que conocedor de la llegada de acelgas, periodistas y ácaros, se cierra en sí mismo, hasta parecer Rajoy hablando de servilletas de oro y loros de mantequilla.
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