Desde la Transición han sido muchos los proyectos nacionalistas que han tratado de encontrar un espacio propio en la política asturiana. Y todos ellos han acabado en un estrepitoso fracaso, con las excepciones de unos pocos concejales repartidos por la geografía asturiana y del paso de Xuan Xosé Sánchez Vicente por la Junta General del Principado de Asturias durante dos legislaturas de la mano del Partíu Asturianista. Pero las altas expectativas que se generaron alrededor de algunas de aquellas siglas que quisieron emular la experiencia nacionalista de otras zonas del Estado se vieron frustradas por la realidad de unos resultados electorales paupérrimos.
¿Por qué en una comunidad autónoma como Asturies, con un fuerte peso identitario, nunca ha cuajado una opción política nacionalista? La respuesta no es sencilla. La sociedad asturiana carece de dos elementos que en otros territorios han sido dinamizadores de movimientos nacionalistas: una burguesía fuerte y un campesinado tradicional y pegado a la tierra. Por el contrario Asturies es un territorio que en el último siglo y medio ha visto como la revolución industrial transformaba su perfil sociológico convirtiendo en protagonista político a un movimiento obrero de vocación internacionalista que desconfiaba de la reivindicación de lo identitario protagonizada durante todo el siglo XIX por los sectores más tradicionalistas, antiliberales y reaccionarios de la geografía española. La revolución industrial y los movimientos migratorios asociados a ella no solo transformaron la geografía asturiana sino también las mentalidades, haciéndolas más mestizas.
Y resulta que una de las características de las sociedades contemporáneas es que sus ciudadanos adoptan un perfil identitario cada vez más complejo, cambiante y contradictorio. Hoy otras identidades como la sexual, la de género, la de clase, o la religiosa, han desplazado en importancia a la identidad nacional y en todo caso comparten con ella protagonismo en la construcción de la individualidad. Y es habitual que una persona vaya transformando a lo largo de su vida su propia identidad o incluso que adopte identidades que a priori podrían parecer contradictorias y conflictivas. Asturies es un buen ejemplo de ello. Sus ciudadanos no encuentran incompatible sentirse español y sentirse asturiano, como sí ocurre en otros lugares del Estado. Y ni siquiera ninguna de estas dos identidades son lo suficientemente importantes en Asturies como para crear un discurso político en sentido fuerte alrededor de ellas. El elemento patriótico de uno u otro signo tiene, afortunadamente, diría yo, poco peso en la participación política de los asturianos.
Por otro lado lo poco que pudiera haber en los asturianos de interés político por lo identitario ha sido capitalizado por formaciones no necesariamente nacionalistas. Por un lado Izquierda Xunida, que a partir de finales de los noventa empezó a desarrollar un discurso “de país” e incluso firmó alianzas con pequeñas formaciones nacionalistas, ha conseguido llevarse a su terreno al asturianismo de izquierdas. Por la derecha, han bastado las formaciones regionalistas (URAS, Foro por Asturias…) para seducir a los sectores conservadores más preocupados por lo identitario.
En último término han sido en muchas ocasiones las propias formaciones nacionalistas las responsables de su propio fracaso. Unos discursos cargados de maximalismo, un sentido patrimonial de la cultura y de la lengua asturiana y una tendencia a priorizar la política de la identidad frente a las políticas sociales han sido elementos suficientes como para que los ciudadanos desconfíen no solo del nacionalismo asturiano sino incluso de algunas de sus reivindicaciones centrales, por más justas que estas sean. Por su parte los nacionalistas seguirán intentándolo con modelos exportados de Catalunya, Euskadi, Galicia o Valencia y tropezando con la misma piedra una y otra vez. Y los resultados seguirán siendo marginales. Seguramente seguirán pensando que algún día la sociedad asturiana tendrá que cambiar y darles una alegría. No será por no perseverar… …en el error.