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El diccionario de la RALE define como "bandolero" a un ladrón, un salteador de caminos, un bandido. Para referirse a ellos también se usaron vocablos como "dronista"
(procedente de dron o camino).
Sea como fuere lo cierto es que, si bien no se tiene una idea precisa del surgimiento (quizá con el de la misma sociedad), a finales del siglo XVIII, reinando Carlos III, se vive en España la época romántica del bandolerismo, fenómeno social ubicado, con preferencia, en Sierra Morena. El establecimiento fue tan importante que motivó la colonización de esa zona a fin de proteger de los bandidos la ruta que, desde Castilla, se dirigía a Andalucía. Y, aunque parece que esto del bandolerismo es cosa "de allí abajo", de Despeñaperros al sur, no hubo lugar en España que se librara de su presencia y acciones.
Sobre sus orígenes se podría decir que, fundamentalmente, fueron de carácter socioeconómico. El hambre y la miseria que atenazó a ciertas regiones, la falta de una equitativa distribución de la tierra y la inestabilidad política causada por gobiernos fugaces o inoperantes, llevó a muchos marginados sociales a situarse frente a la ley, buscando amparo en la quebradura del paisaje, por decirlo de alguna manera.
Y es que el bandolerismo necesitó para su pervivencia de unas condiciones especiales que, en el ámbito andaluz, se concretaron en la complejidad orográfica de algunas zonas que facilitaron su ocultación. Aquí fijaron sus bases logísticas y guaridas, alejadas unas veces de los lugares habituales de actividad delictiva y otras convirtiendo el propio territorio de los montes en escenario de correrías, siendo sus protagonistas todos buenos conocedores del terreno por haber sido su medio habitual de vida.
Y así surgieron los dos itinerarios del bandolerismo andaluz: el de campiña, donde actuaban, y el de sierra, donde se ocultaban, naciendo de esta manera el mito del bandolero benefactor y justiciero. Un "fuera de la ley" por atracar a ricos y hacendados, pero de espíritu generoso y caritativo con los socialmente oprimidos y maltratados. Ese tipo de bandido que roba sin piedad a unos para, en la mayoría de las ocasiones, ceder su botín a los necesitados.
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Coincidiendo con el nacimiento de la novela picaresca, el bandolero se transforma en pícaro, con la habilidad mental y física que le caracteriza. Es la época de Diego Corrientes, (del que se dijo: -"roba a los ricos, socorre a los pobres y no mata a nadie"), de Luis Candelas (el bandolero romántico), de José María Hinojosa "el Tempranillo", de los Siete Niños de Écija (que ganaron su imperecedero renombre en el corto período que separa a 1814 de 1818), de Jaime "el Barbudo", José Ulloa "el Tragabuches", Joaquín Camargo "el Vivillo", Luis Muñoz "el Bizco de El Borge", de Francisco Ríos "el Pernales" y otros muchos hasta la muerte el 18 de marzo de 1934 de Juan José Mingolla, "Pasos Largos" que, según los estudiosos del tema, fue considerado como "el último bandolero".
Mientras los bandoleros son considerados criminales por el Estado el Pueblo, la sociedad campesina, los califica como héroes, vengadores o luchadores por la justicia. Quizá como líderes de la liberación y, en todo caso, hombres para admirar, ayudar y apoyar. Esta relación es la que dio al fenómeno del bandolerismo su significado político y social. Donde las gentes honradas se mueren de hambre, y queda todavía en la casa un resto de vitalidad, se declara el bandolerismo.
Se puede definir el espíritu del bandolero romántico como generoso y caritativo, del que con frecuencia hicieron gala para con los más necesitados. Realizan un acto vil y a continuación son capaces de un insólito rasgo de nobleza. Matan con saña y a poco protegen la vida de quien, desvalido, a ellos se confían. Viven enfrentados a la ley y, a muchos de sus actos, les anima un alto estilo de justicia.
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los bandoleros de aquellos tiempos fueron la "Compañía de los Escopeteros de Getares", Unidad responsable de la vigilancia de los caminos y las costas y, desde el mismo momento de su creación en 1844, la Guardia Civil.
Y aunque desde el punto de vista militar los bandoleros no tuvieron estrategias prefijadas, ni acaudillaron a grandes cuadrillas, sus acciones fueron efectivas y su pervivencia considerable, si nos atenemos al dato (ya apuntado) de que no desaparecieron hasta bien entrado el siglo XX.
El bandolerismo no es una actividad exclusiva de nuestro país. Paises como Inglaterra también los tuvieron. Con la diferencia de que allí tuvieron la habilidad de convertirlos en héroes. Robin Hood, Dik Turpin o el escocés Rob Roy. Personajes exportados por la literatura inglesa (país donde curiosamente la piratería era premiada con títulos nobiliarios). En Francia aparecen en el s. XVI los "hermanos de la Samaritana", cuadrilla que actuó en el mismo París, aunque los más populares son los famosos Cartouche y Mandrin. En Italia fue muy conocido Pedro el Calabrés y en el s. XIX el no menos célebre Giuliano que llegó a convertirse en amo de Sicilia.
Es curioso que nosotros olvidemos(exceptuando al ficticio y televisivo Curro Jiménez) a los legendarios bandoleros, personajes temidos en las sierras andaluzas, mucho más antiguos y con historias más apasionantes que los insulsos galos o sajones.
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El Pernales
(1879- 1907)
Francisco Ríos González, más conocido como “El Pernales”, nació en Estepa (Sevilla) el 23 de julio de 1879. Fue pastor en su infancia pero pronto se hizo bandolero, destacándose por su violencia y dureza. De ahí el apodo que le pusieron los andaluces, que es la contracción de la palabra “pedernales”.
No recibió educación alguna y se dedicó con su padre al oficio de cabrero. Fue precisamente con éste con el que cometió sus primeros robos. En uno de ellos la Guardia Civil les sorprendió y el Sargento Padilla de un culatazo con de su fusil mató al progenitor. El muchacho emprendió decidido el camino de la delincuencia, uniéndose a la partida de su tío "El Sorniche", de quien se contaba que era su verdadero padre, y a quien no tardaría en superar en fama.
Las primeras actuaciones de esta banda eran realmente crueles. Se dice que su primer delito a mando de este grupo consistió en asaltar el cortijo de Cazalla, en el que robaron a su propietario y los tres miebros violaron a su esposa.
Desarrollo su actividad en las campiñas de Córdoba y Sevilla, con numerosos secuestros y muertes por robo.
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A pesar de todos sus antecedentes delictivos se casó por la Iglesia con María de las Nieves Caballero en 1901, con la que tuvo dos hijas. Pero “la cabra tira al monte” y “el Pernales” continuó robando y gastando el dinero en las tabernas. Al llegar a casa maltrataba a las mujeres cruelmente. Su mujer, harta de sus malos tratos, le abandonó con sus hijas. Francisco se queda sólo y muy a gusto. Los vecinos le odiaban y le evitaban.
Pero a pesar de ese oscuro pasado también fue considerado como un bandido generoso. Sirva como muestra esta anécdota: "El 22 de marzo de 1907 se metió, buscando refugio, en un cuarto habitado por una vieja; ésta, ignorando de quien se trataba, se puso a contarle sus penas: la iba a expulsar su propietario, a quien debía la suma de 300 pesetas. Sin decir una palabra Pernales salió, montó en su caballo, y se fue derecho a donde vivía el dueño, a quien, por la violencia, obligó a entregar 300 pesetas. Después volvió a casa de la pobre mujer, y le dio el dinero, diciendo simplemente: - tome para pagar su deuda.
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en ocasiones las muertes eran consideradas por él mismo como ajusticiamientos. Este es el caso del asesinato del “Macareno”, encargado del cortijo de Hoyos (La Roda), de quien se rumoreaba había intentado envenar a los miembros de su banda preparándoles un arroz con arsénico. Murieron su tío y el compañero "el Chorizo y el Sarniche" (de quien se decía que era el auténtico padre del Pernales). Él logró salvarse y, recuperado, regresó para matar al tabernero acuchillándole lentamente hasta que se desangró. Después le entregó muerto a la Guardia Civil en espera de recompensa. Pernales no tenía piedad con quien le traicionaba como demostrara a lo largo de su carrera
El último bandolero popular fue Francisco Ríos, “el Pernales”, distinguido como caballista. Actuó éste ya en el siglo XX... Brujas, echadoras de cartas, damas enamoradas de la apostura del bandolero (una condesa), raptos y desafíos, rasgos de generosidad increíble, nada falta en la vida de Francisco Ríos para hacerle émulo de los bandoleros más románticos, según su historia. Poco después de haber hecho las paces con su novia murió acribillado a balazos en tierras de Alcaraz, con “el Niño”.
Francisco Ríos González es un bandido que roba, mata, trata mal a su familia, viola cualquier tipo de norma justa o injusta y es, en fin, según las investigaciones, llamemos de tipo histórico, un ser despreciable. Pero el Pernales (no digo Francisco Ríos) es otra cosa; el Pernales es un mito, una leyenda que el pueblo forja por una necesidad de tener héroes, alguien que lo redima de la injusticia, que le quite a los ricos para socorrer a los pobres. El Pernales es un héroe creado por el pueblo.
Es la continuación del héroe popular José María “el Tempranillo”, Diego Corrientes, Luis Candelas. Puede que el Pernales fuera un hombre de mala calaña, de inteligencia rudimentaria, poco agraciado físicamente. Pero eso es lo que menos importa.
Importan las acciones generosas, arriesgadas, valientes. Importa mucho más el mito que el personaje histórico que pudo ser. Quizá detrás de ese héroe popular se encierre toda una problemática social de la época, problemática económica, cultural e incluso filosófica: la filosofía de la pobreza y la riqueza.
El hambre, la miseria y los encuentros con la Guardia Civil, son constantes. De la banda del Pernales fueron Pedro Ceballos “el Pepino”, Antonio Mata “el Reverte”, Antonio Martín “El Niño de la Gloria” y “el Niño del Arahal”,
Su fama se extendió no sólo por Andalucía sino llegó hasta Madrid. Intentó huir a América con su nueva amante con la que tuvo una hija, pero no lo consiguió.
Durante años la Guardia Civil le acosó continuamente hasta que el trágico 31 de agosto de 1907, cuando contaba 28 años, fue sorprendido por el Teniente Haro y sus hombres mientras comía en un olivar de las Lomas de Villaverde, en la Sierra de Alcaraz, situada en las laderas del pico del Padroncillo, también llamado “Pernales” en memoria del bandolero con un compañero de su partida. Tras un tiroteo entre ambas partes los dos bandidos cayeron muertos.
Sobre su muerte se escribieron numerosos romances. He aquí algunos de ellos:
“El ladrón de Andalucía. El que a los ricos robaba y a los pobres socorría. Lo mataron ahí, en el sitio que llaman “las Morricas”. Ese era un mal bicho. La Guardia Civil, tomando las señas del leñador. Toma un cigarro y un duro, del Pernales, que soy yo...
Pobrecico del Pernales, donde ha venío a morir. A la Sierra de Alcaraz, y por la Guardia Civil...”
Antidio Molina: “El treinta y uno de agosto de mil novecientos siete, en la Sierra de Alcaraz le montan un gran piquete. En la provincia Albacete, en la Sierra de Alcaraz, donde matan a “Pernales” también al “Ñiño del Arahal”. Cruzaban la cordillera, la Sierra el Guadalimar, para marchar a Valencia y a América a embarcar. “Pernales” iba delante, primero al suelo cayó y le contesta el “Arahal” la culpa es del pastor.
José García Lanciano escribiría también: “... a los muy pocos momentos Pernales al suelo caía, los cadáveres en un carro a Bienservida los conducían. El pueblo entero lloraba con mucha pena y dolor, de ver a los dos bandidos cruzados en un serón. Y por toda la sierra de oído a oído, de boca en boca, corría este cantar: Ya mataron al Pernales ladrón de Andalucía, que a los ricos los robaba y a los pobres socorría”.
Tanto el Pernales como este ultimo fueron muertos por la Guardia Civil en la Sierra de Alcaraz (concretamente en la localidad albaceteña de Villaverde de Guadalimar), en su huida hacia Valencia para emigrar a América, ambos bandoleros se encuentran enterrados en esta localidad y como cosa llamativa os puedo decir que nunca faltan flores en sus tumbas.
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