«Sin novedad en la VIII región militar»
El capitán general de Galicia, Manuel Fernández Posse, informó al rey Juan Carlos I
Autor:
carlos fernández
Fecha de publicación:
23/2/2011
Luis Torres Rojas, gobernador militar de A Coruña, era popular. Amigo de predicar con el ejemplo en maniobras, madrugaba y se iba a hacer footing. En ello estaba en la mañana del 23 de febrero de 1981 cuando recibió una llamada de Pardo Zancada, de la División Acorazada Brunete, para anunciarle que esa tarde se iba a producir un «gran detonante» en el Congreso, y que debía de estar en Madrid. En la semana anterior había participado en la reunión preparatoria del golpe en la calle General Cabrera.
Al capitán general de Galicia, Manuel Fernández Posse, le quedaban nueve meses para pasar a la reserva. Resultaba lógico que no quisiese arriesgarse en una sublevación. Cuando fue tanteado por Milans del Bosch, dijo que él estaba a las órdenes del Rey y que si «Su Majestad lo mandaba...», obedecería.
Los golpistas, pues, dirigieron su captación hacia otros jefes militares, en activo o en la reserva, más reaccionarios. En A Coruña la pieza más codiciada era la Brigada Aerotransportable (BRIAT). Su jefe era el general Julián López, persona introvertida, con algunos problemas de salud, enamorado de su profesión y poco amigo de aventuras.
El jefe del Estado Mayor de la BRIAT era el teniente coronel Martínez Valín, más abierto pero constitucional. Las miras golpistas se dirigieron, entonces, a mandos inferiores (tenientes y capitanes), amigos de las aventuras y con contacto con la tropa, donde encontraron adeptos, así como en la BRIDOT (Brigada de Defensa Operativa del Territorio) VIII, con sede enVigo, pertenecientes al RACA de Pontevedra y al Zamora de Ourense.
Eran las 19.30 horas del 20 de febrero cuando se produjo un encuentro clave. Un coche del Ejército se detuvo frente al edificio en la coruñesa plaza de la Palloza. Se bajó un militar y entregó un sobre grande a un hombre vestido de paisano. Era un conocido ultraderechista que se reunió después en su vivienda, próxima a Riazor, con destacados camaradas para ver las instrucciones del sobre. Entre ellas, el control del palacio de los deportes, en que encerrarían a cerca de 500 personas de ideología contraria al alzamiento. Lo mismo ocurriría en Vigo, Santiago, Ferrol, Lugo, Ourense, Pontevedra y otras localidades. En cuanto a la prensa, solo iban a publicarse La Voz y Faro de Vigo, siempre bajo control militar. Las emisoras quedarían limitadas a Radio Nacional. La reunión fue la primera de los comités de salvación pública, que, formados por civiles, serían el brazo colaborador de la acción militar.
Cuando Torres Rojas se trasladó a Madrid, en la mañana del 23-F, hubo en las guarniciones gallegas mucho nerviosismo.
Fernández Posse tuvo conocimiento casi inmediato del asalto al Congreso y contactó rápidamente con sus gobernadores y comandantes militares, ordenándoles que pusiesen todas las tropas a su mando en estado de alerta. Comprendió que Torres Rojas no estaba en el notario (adonde dijo que iba cuando le pidió permiso). El capitán general llamó a su auditor, coronel Hervada, y le pidió su opinión sobre los estados de alerta y sitio previstos en la Constitución. El jurídico le manifestó que todos eran competencia del Gobierno. Pero este estaba secuestrado. La duda se resolvió a las 19.30 horas cuando se cumplimentaron las órdenes recibidas por télex de la Jefatura de Estado Mayor del Ejército. Entre la notificación de Gabeiras y las 21.00 horas, cuando Fernández Posse recibió la llamada del Rey, se incluyó la conferencia de Milans. El golpista le facilitó el texto del bando dictado en la III Región Militar y le habló de la «solución Armada», «avalada» por el Rey. Cuando Su Majestad, tras desmentirlo, habló con Fernández, este dijo: «Majestad, sin novedad en la VIII Región» y que «obedecería todas las soluciones» que adoptase.
Curioso fue lo sucedido en el Faro de Vigo. Media hora después de la irrupción de Tejero, entró en el despacho del director, Armesto Faginas, una pareja de la policía. Su primera pregunta fue: «¿Dónde están los teletipos?», a la que sucedieron otras, en tono imperativo, pero nunca respondieron a la que hacía el director: «¿Quién les ha mandado a ustedes aquí?». «Entre policías -recordaría años después Armesto- no suelen darse espontáneos como en los toros. Acuden allí donde se les mandan. Por eso me interesaba saber quién o quiénes les habían enviado al periódico. Pero el silencio siempre fue su respuesta».
¿Y qué hacía el Gobierno preautonómico? Pues en el momento en el que entró Tejero celebraba un pleno en Raxoi. La noticia llegó por un policía que escuchaba la radio, y los interrumpió. «Pensé -dijo después Quiroga- que tenía que ser radio ficción». Entonces contactó con alguien que estaba en el Congreso a través de una vía indirecta que no quiso descubrir. Quiroga, tras oír el mensaje del Rey, se fue a la cama.
Torres Rojas regresó a las 23.30 horas al aeropuerto de Lavacolla. Había salido por la mañana, y volvió junto con financieros y periodistas, como el propio director de La Voz, que retornaba de un viaje de trabajo. Nada más llegar a A Coruña, Torres se trasladó a Capitanía. Después salió para el Gobierno Militar, a 200 metros, en donde permaneció toda la noche.
La desilusión de los golpistas gallegos fue grande. «Había que echarle los huevos del 18 de julio», dijeron. En contraste, la alegría de la izquierda, atemorizada con los hechos del 36 en el subconsciente. La INTG de Vigo tiró sus archivos al mar. Algunos políticos se trasladaron a la frontera lusa, prestos a cruzarla.
http://www.lavozdegalicia.es/espana/2011/02/23/0003_201102G23P20993.htm