La caída de COSTANTINOPLA, el último suspiro de ROMA

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La caída de COSTANTINOPLA, el último suspiro de ROMA

Notapor Zululu » 21 Ene 2019, 14:37

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En el año 2206 ab urbe condita (1453 después de Cristo) en un 29 de mayo (haciendo ya 564 años) cayó finalmente la que fue considerada durante milenios como la segunda Roma y que fue capital del Imperio Romano (también llamado Bizantino) durante un total de 977 años. Casi mil años en los que sobrevivió el Imperio a cientos de amenazas exteriores como los árabes, normandos, los pechengos y finalmente sucumbió contra los otomanos. Pero si hubo realmente una causa de su gran decadencia y su final caída (que no fue en el 1453), esta no vino de enemigos exteriores, sino de los propios bizantinos.

En este artículo se narrarán los pormenores que llevaron a ese naciente Imperio Romano Oriental desde su apogeo hasta su decadencia, haciendo hincapié en sus últimos momentos, y sobre todo, en quien fue verdaderamente el último romano. Y no, no hace referencia ni a Flavio Aecio ni a Belisario.

Ya desde hacía décadas antes de la final caída de Roma, ante los ostrogodos de Odoacro en el 476, se podía decir que esta ya había caído; la misma Roma fue saqueada por los visigodos en el 410 y por los vándalos en el 455, no habían fronteras fijas, el imperio era una amalgama de tribus bárbaras “federadas” que de aliadas solo solían tener el nombre y de jefes y caudillos tribales que ejercían el poder de facto en lugar del emperador. Ya el Imperio Romano Oriental había enviado hombres de confianza para asumir el puesto de Emperador y retomar el cauce de su decadente hermano occidental (mientras que el oriental se mantuvo mayormente firme ante las invasiones) como fue Julio Nepote, al que no le fue extraordinariamente bien.

Sea como fuere finalmente cayó Roma, el último emperador fue confinado y las insignias imperiales devueltas a Constantinopla. Un nuevo reino había nacido, el Ostrogodo, y todos los bárbaros, antiguos federados romanos, que habitaban en lo que solía ser el imperio constituyeron ya no solo de facto, sino de iure, nuevos reinos. Siempre hay excepciones como el Reino de Siagrio en el norte galo, aun mandado por caudillos romanos, pero que tuvo una existencia muy efímera.

Constantinopla ahora pasaba a ser la capital de todo el Imperio Romano, ya no tenía hermano al que amparar y pronto intentó volver a su pretérita grandeza con un emperador que aun hoy en día es conocido por el sobrenombre de “El Grande”, Justiniano I, que reinó del 527 al 565 d.C, años en los que aparte de sus reformas legislativas y sus grandes obras arquitectónicas (Como la catedral de Santa Sofía en Constantinopla) llevó a cabo su proyecto más ambicioso, el renovatio imperii romanorum o restauración del imperio romano, que consistió en la recuperación de los territorios que antaño pertenecieron al Imperio Romano de Occidente.

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Había un problema, y es que en aquellos territorios se habían asentado adoptando costumbres romanas otros tantos reinos bárbaros como el Vándalo en Cartago (norte de África), el Ostrogodo en Italia, el Visigodo en Hispania o el Franco en la Galia, y no se dejarían conquistar tan fácilmente aquellos sobre los que cayesen las garras imperiales. Fue por ello que Justiniano designó para comenzar esta tarea a un general veterano en la guerra contra los Sasánidas en oriente, Belisario, también llamado “El último Romano”. El cual con increíble facilidad retomó todo el Reino Vándalo del rey Gelimer con solo 15.000 hombres en el 534. Y tras las cruentas Guerras Góticas en el 554 junto con el general Narsés conquistó lo que antaño fue el Reino Ostrogodo; estas guerras fueron devastadoras para la península itálica, que en algunos casos tardo siglos en recuperar su pasado esplendor. Mientras gracias a intervenciones a favor de monarcas visigodos rivales consiguieron formar la provincia de Spania, que abarcaba la zona costera del sur-este peninsular íbero.

En el reinado de Justiniano “El Grande”, último monarca con el latín como lengua materna, se alcanzó el máximo apogeo del Imperio Bizantino, pero la situación duró francamente poco. Poco antes de su muerte se desató por el Imperio la llamada “Plaga de Justiniano”, que se cree peste negra, azotando la capital de manera terrible, debilitando enormemente el poderío imperial.

Mientras que los territorios conquistados resultaron ser mayormente objeto de derroche de soldados y pérdidas astronómicas de dinero. Siendo una sangría que pronto se abandonó la provincia de Spania ante el avance visigodo mientras que a partir del año 569, menos de 20 años tras su reconquista bizantina, las tribus lombardas dirigidas por Alboíno cruzaron los Alpes, resultando en una progresiva conquista y pérdida de terreno en Italia que duró hasta el año 1071 en el que el empuje de los caudillos normandos, venidos como mercenarios en un inicio, acabó por echarles de su última posesión, Bari.

Pero no fueron estos sus únicos problemas, puesto que los hubieron más graves y que a largo plazo significarían su final destrucción. A principios del siglo, séptimo después de Cristo, en la poco poblada península arábiga comenzó el nacimiento de una nueva religión que combinaba aspectos judíos y cristianos con aspectos propios de la zona, esta era el Islam, que desde el año 629 comenzó a enfrentarse al imperio. En ocasiones normales podría haber supuesto un reto no irremediable, pero esta ocasión no fue normal, sino un enorme caldo de cultivo para un desastre mayor. Durante los casi treinta años anteriores se desarrolló una de las mayores guerras en oriente en la que el Imperio Romano se enfrentó al Imperio Sasánida, resultando en una victoria pírrica romana ya que todo oriente quedó devastado y los recursos del imperio agotados. En tal situación y con el emperador Heraclio enfermo, los musulmanes tuvieron vía libre.

El desencadenante final de la victoria musulmana con su conquista de todo el oriente y sur imperial fue la Batalla de Yarmuk junto al río homónimo en el sur-oeste Sirio, en la que el cansado ejército imperial fue derrotado al desertar al bando enemigo todo su flanco izquierdo. ¿Razón? Problemas religiosos, que caracterizaron la existencia del imperio desde sus inicios. Tras la huida de este contingente y el flanqueo musulmán todas las tropas imperiales huyeron ya que eran mercenarios en su mayoría debido a que el ejército regular estaba exhausto. Esto significó la toma de todo el oriente bizantino tras la rendición de Alejandría en Egipto.

Tras este declive vino otra derrota en la Batalla de Ongal en el 680 contra los búlgaros, que tras esta formaron su propio reino cruzando el Danubio, y poco más tarde en el 698 perdieron en manos musulmanas el Exarcado de África, lo poco que les quedaba en el continente a los bizantinos se perdió con la caída de Cartago.

Los siguientes siglos hasta finales del siglo décimo se podrían resumir en un retroceso bizantino en el continente en pro de los búlgaros tras la desastrosa batalla de Aqueloo en el 917, que les acorralaron en Morea y Tracia, la pérdida de la mayoría de las islas mediterráneas a excepción de las del mar Egeo y la pérdida de Dalmacia.

Pero los emperadores romanos de finales del siglo décimo de la dinastía Macedónica (venida al poder desde el 867) supieron remediarlo, sobre todo con Juan I Tzimisces y Basilio II Bulgaróctonos (asesino de búlgaros) que reinaron del 969 hasta 1025, conteniendo al califato en el este y reconquistando toda Bulgaria incluso Dalmacia en el oeste. Los últimos macedónicos además consiguieron reconquistar toda Armenia. Este fue sin duda su último momento de esplendor y máxima extensión de aquí a su debacle.

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En el mismo año en el que fueron echados de Italia se produjo una nueva pérdida en la Batalla de Manzikert (1071) contra invasores túrquicos, nuevamente por depender en demasía de mercenarios normandos de dudosa lealtad, que tuvo como consecuencia la pérdida de toda Armenia y la mayoría de Anatolia. Momento a partir del cual los bizantinos se recluyeron en las costas de la península, dominando el interior el Sultanato de Rüm (de Roma, llamado así debido a que sus territorios se asentaban en territorio romano).

Aunque hubo otro momento en el que se creyó que el Imperio podía volver a su anterior gloria, este fue durante el reinado de Alejo I Comneno, que rechazó en varias ocasiones las invasiones normandas y con la ayuda de la primera cruzada consiguió recuperar muchos territorios en Anatolia, llegando al punto de que Alejo vasallizó a Melikshah, sultán de Rüm, pero este fue depuesto y tal logro no llegó a completarse.

Tras esto vino el punto culminante de su decadencia, la Cuarta Cruzada en 1198, en la que los cruzados cambiaron su “noble” misión de reconquistar Tierra Santa por la de tomar Constantinopla y crear un estado títere católico llamado Imperio Latino, mientras que los territorios no sometidos fueron tres, el Imperio de Trebisonda con los Comneno, el Despotado de Epiro y el Imperio de Nicea, los tres reclamaban el trono imperial y solo el Imperio de Nicea con los Paleólogo, una antigua familia macedónica, al frente pudo recuperar y refundar el Imperio Romano, aunque no fue para otra cosa sino para sucumbir poco a poco. Pero durante las décadas en las que se mantuvieron los latinos el territorio del antiguo imperio se fraccionó en decenas de nuevos ducados regidos por nobles católicos mientras que la gran mayoría de las islas fueron anexadas por Venecia o Génova.

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Pasaron los años y poco a poco se fueron perdiendo las urbes anatolias y europeas, absorbidas por un nuevo y fatal enemigo, el Imperio Otomano, cuyas gentes de etnia túrquica irónicamente vinieron en su momento a Anatolia como mercenarios de estados mayores como el bizantino.

Realmente uno de los mayores problemas que siempre tuvo el Imperio y que fue motivo de grandes derrotas y enormes disputas fue su propia desunión, ya fuese en temas religiosos, de los que deriva la expresión “Temas bizantinos” (temas sin importancia que llevan a conflictos) o por sus continuas revueltas. En el Imperio en la Edad Media habían continuas y periódicas revueltas contra el poder imperial con una simple razón, si el alzado contra el poder imperial era derrotado, era porque así Dios lo quería y si este vencía, era por que el emperador ya no era digno de serlo y debía serlo el rebelde. Hoy en día nos parecería un razonamiento estúpido y totalmente anárquico, pero fue una de las razones por las que con el imperio aun descomponiéndose en sus últimos años tuvo revueltas.

Y no fue hasta sus últimos momentos en los que el devastado Imperio fue gobernado por buenos emperadores, que en mejores momentos hubiesen acometido grandes hazañas. Estos fueron Juan VIII y Constantino XI Paleólogo, siendo el primero un ilustrado renacentista que resistió los asedios otomanos a Constantinopla hasta en dos ocasiones.

Mientras que su hermano y heredero Constantino XI consiguió como déspota de Morea que el ducado de Atenas fuese sometido en el 1444 llegando incuso a reconquistar de manos otomanas los territorios griegos hasta la frontera albana. Pero el sultán otomano Murad II, volviendo de su victoria contra tropas cristianas en la Batalla de Varna contraatacó e hizo retroceder a Constantino hasta los muros de Hexamilion, muros que sellaban la entrada de Morea en el Istmo de Corinto, pero los otomanos contaban consigo un nuevo elemento con el que los muros no pudieron resistir, la pólvora. Esta derrota obligó a los bizantinos a rendir tributos anuales al sultán, pero mantuvieron sus conquistas de Atenas y Tebas. Mientras que como emperador, Constantino poco pudo hacer, su reinado se resume en una continua disputa religiosa queriendo unir las iglesias ortodoxa y católica para conseguir el apoyo occidental sin éxito y el miedo a una nueva reacción otomana.

Y en 1451 esta reacción empezó. Se construyó una nueva fortaleza en el Bósforo que se dedicó a registrar y destruir todo barco que se dirigiese a Constantinopla. En el año 1452 Mehmed II estuvo sentado frente a las defensas de la ciudad imperial 3 días, observando todos los detalles de la muralla. Y sólo un año después comenzó el asedio que todos conocemos. Los habitantes de la ciudad recibieron pocas ayudas y todas ellas interesadas, como la ayuda de tropas genovesas, que poseían colonias en el mar Negro y venecianas, cuyo comercio con oriente dependía de que el Bósforo siguiese abierto, un total de (según cifras muy favorecedoras) 8.000 hombres. Sin desmerecer a los contingentes castellanos y catalanes residentes en la ciudad, contra unos 100.000 otomanos, que contaban con la poderosa “Gran Bombarda”, un cañón experimental capaz de lanzar enormes proyectiles cada 90 minutos.

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El resultado fue obvio, aun oponiendo una enorme resistencia en semejante situación de desventaja los sitiados prefirieron morir luchando que rendirse, y así murió

Constantino XI, el último Emperador Romano, que justo antes de morir combatiendo a los jenízaros se despojó de sus vestimentas púrpura para que su cuerpo no fuese identificado y exhortó a sus hombres a morir con él.

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Tras esto muchos creen que se le cambió el nombre a la ciudad por el de “Estambul”, aunque no es así. A la ciudad previamente los propios ciudadanos la llamaban “Eis tin poli” que viene a significar “en la ciudad”, que los turcos pronunciaban como “is tan buli”, naciendo de allí su actual nombre, que no fue un cambio, sino una oficialización de su nombre popular.

Pero este no fue realmente el final para el Imperio; cayó la capital un 29 de mayo junto con su emperador, pero el Ática y sobre todo toda Morea seguían en pie al sur de Grecia.

Pero antes de continuar hablemos un poco de cómo se encontraba ese territorio. Morea tras la cuarta cruzada, al igual que casi todos los territorios del antiguo Imperio, fue dominada en ese momento por familias latinas venidas de occidente, predominantemente francas, las cuales se dedicaron a regirlas a su modo aun contando en ocasiones con la oposición greco-ortodoxa local. En el caso de Morea se constituyó el Principado de Acaya, regido por nobles francos o napolitanos que dominaban el interior, mientras que la República de Venecia poseía un buen número de ciudades y fuertes costeros desde los que comerciar y dominar el territorio. Este principado latino fue conquistado progresivamente por el propio Constantino XI en el año 1428 llegando a dominar toda la península a excepción de las plazas Venecianas al sur de la misma.

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Tras ser nombrado emperador, Constantino encargó del gobierno del norte de Morea a su hermano pequeño Tomás, y para alejarlo de la corte, el sur se lo concedió a su hermano Demetrio, hombre codicioso que ansiaba algo más que aquello.

Poco antes de la caída de Constantinopla el emperador buscó la ayuda de occidente sometiendo la iglesia ortodoxa griega a la católica romana, a lo que muchos se opusieron. Llegando el Megaduque de Constantinopla Lucas Notaras a pronunciar la frase “prefiero ver el turbante musulmán en la ciudad que la mitra latina” y no era este el único que así lo creía, también lo hacía el citado Demetrio Paleólogo, que tras enfrentarse junto a su hermano contra una nueva revuelta nobiliaria en Morea se enfrentó a él, pero no contó con que Tomás recibiese la ayuda del Papado y Génova y salió derrotado del despotado huyendo hacia Estambul para pedir ayuda del sultán otomano que no tardó en reaccionar.

Fue en el año 1456 cuando la invasión otomana tomo su inicio, cayendo primero sobre Atenas, la cual se rindió sin luchar para regocijo de los propios otomanos que alabaron la grandeza y majestuosidad de sus edificios. Y tan pronto como Demetrio llegó a la nueva capital con noticias de su derrota, los ejércitos otomanos atravesaron la calamitosa muralla de Hexamilión y se apoderaron de prácticamente toda Morea, teniendo que huir Tomás, nuevo heredero al título de Emperador, a Roma, donde pronto fue reconocido como tal. Pero tampoco fue este, en 1460, el final del agonizante Imperio Romano; aun quedó una ciudad, una fortaleza, que en el norte montañoso de la península de Morea resistió ferozmente mientras todas las demás optaron por rendirse.

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Esta pequeña ciudad se llamaba Salmeniko, intermediario entre Patras y Corinto, poseía una población de alrededor de seis mil griegos junto con un castillo construido en tiempos del Principado de Acaya a finales del s.XIIId.C. Este robusto castillo estaba construido en un paso montañoso en el costado de una montaña que daba a un barranco, estando protegido naturalmente por la misma y siendo enormemente dificultoso su paso, haciendo de Salmeniko una fortaleza difícilmente conquistable. Allí a su vez se encontraba el General Constantino Paleólogo Graitzas, miembro de la familia imperrial y comandante de la fortaleza, el único que se negó a rendirse ante la amenaza otomana.

La respuesta no tardó en absoluto. La fortaleza fue sitiada con rapidez por el ocioso ejército otomano, encargado de la conquista de toda la península, que tan siquiera había probado el combate.

Fue durante una semana en la que se resistió defendiendo toda la ciudad, pero esta hubo de ser abandonada debido a la escasez de agua que provocó el corte del río por parte de los otomanos, refugiándose parte de sus habitantes en el castillo, aunque el resto fueron esclavizados y un millar de los niños reclutados para ser jenízaros. El ejército defensor en aquel momento pidió al propio sultán poder salir a tierras venecianas con la guarnición sin riesgo para sus vidas, cosa que aceptó, pero tendiendo una trampa a los pocos que salieron de la fortaleza, que fueron ejecutados.

ntonces el ejército de Graitzas resistió durante todo un año al invasor otomano siendo posiblemente menores numéricamente a un millar de hombres. Acometieron una verdadera defensa numantina de la fortaleza sin ceder un solo paso de la misma que tan siquiera la artillería enemiga podía desgastar.

Fue solo tras un año de lucha cuando Graitzas decidió salvar su vida y la de todos sus restantes hombres. En un momento de distracción del ejército sitiador, Graitzas junto con toda la guarnición, lograron huir a la ciudad veneciana de Naupacto, actual Lepanto, con la ayuda local.

El futuro del último y valeroso general del Imperio Romano, Constantino Paleólogo Graitzas, es más confuso. Lo que sí conocemos a ciencia cierta es que este, con sus hombres, viajó hasta la ciudad de Venecia, donde fue nombrado miembro del senado de la ciudad por el dux Pascual Malipiero y fue proclamado comandante de la caballería ligera veneciana, por lo que es posible que tomase parte en la lucha que la República mantuvo contra el Imperio Otomano en 1463.

Fue en ese momento de 1461 en el que finalmente el Imperio Romano dejó de existir, cierto es que se mantenían estados de cultura griega como el Imperio de Trebisonda, en el norte anatolio, o el Despotado de Epiro, en el oeste griego, pero no eran sino meros sucedáneos de la diáspora bizantina tras la cuarta cruzada, sin contar con los imitadores occidentales como el Sacro Imperio.

Al menos un Imperio con tan gran historia tuvo un último instante de gloria.

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