Azarquiel o Al-Zarqali (Toledo, c. 1029 - Sevilla, 1087),[1] cuyo nombre completo es Abu Ishäq Ibrahim Ibn Yahyà al-Zarqalluh, fue un importante astrónomo de Al-Ándalus, cuyo nombre fue puesto a un cráter lunar. En realidad el nombre de Azarquiel era una especie de apodo, con el que era conocido en vida debido a sus intensos ojos azules.
Azarquiel es clave en el desarrollo de esta época. En un principio era un joven artista que confeccionaba instrumentos astronómicos por encargo, pero no tardó en convertirse en maestro de sabios diseñando algunas de sus obras más importantes, como las Tablas Toledanas, el tratado de “Azafea” que era una perfección del astrolabio, o el “almanaque de ammonio”.
Se llegaron a construir globos celestes que representaban posiciones de ¡mas de 1000 estrellas!
Los instrumentos se hacían cada vez mas bellos, precisos y versátiles.
Un ejemplo de estas virtudes es el astrolabio con lámina universal. Modificado por el granadino Ibn Baso a principios del siglo XIV, este antecesor del GPS era capaz de pasar rápidamente de un sistema de coordenadas a otro y además se podía calcular la hora en cualquier latitud.
Pero su mayor aportación a la astronomía la constituye el desarrollo de la azafea, una variedad del astrolabio que permitía que el observador no necesitara encontrarse en un lugar determinado para desarrollar los cómputos astronómicos, sino que podía ser usado en cualquier latitud terrestre, lo que le convertía en un instrumento ideal para ser usado en la navegación. Azarquiel realizó estudios e investigaciones en varios campos de la Astronomía. Por ejemplo, fue capaz de encontrar cuál era el movimiento del apogeo solar (la distancia máxima entre la Tierra y el Sol). Azarquiel pudo determinar con una gran precisión que el punto del apogeo solar variaba en 1 grado cada 299 años, analizando las observaciones que se disponían al respecto durante los últimos 25 años.
También tuvo Azarquiel interés en el tema de la precesión de los equinoccios. Escribió un trabajo sobre ello, hoy en día desaparecido, en el que describe de qué manera podría explicarse este hecho. Como la Tierra es un astro que recibe la influencia básica del Sol y de la Luna y, en menor medida, de los otros planetas del Sistema Solar, su movimiento de rotación presenta una ligera variación a lo largo del tiempo. En grandes periodos de tiempo, los polos del planeta no se dirigen siempre al mismo sitio, sino que van modificando la dirección a la que apuntan debido al movimiento de rotación terrestre; esto es lo que se denomina precesión de los equinoccios. En el fondo, es como si la Tierra se comportara como una peonza; su eje, a medida que gira, cambia ligeramente.

Sin embargo, si hay dos cuestiones en las que Azarquiel realizó las mayores y más trascendentales aportaciones a la Astronomía, éstas tienen que ver con las órbitas de los planetas y la predicción de la aparición de los eclipses y los cometas. En ambos casos, de ser ciertos, se habría adelantado en varios siglos a sus homónimos occidentales.
Todos conocemos que las órbitas de los planetas de nuestro Sistema Solar no son exactamente esféricas. De hecho, al parecer no hay nada perfectamente redondo en todo el Universo; el Sol y la Luna, por más que los percibamos como astros con una forma idéntica a la de la circunferencia, son objetos achatados en los polos. La misma Tierra es ligeramente oblonga.
Las órbitas de los planetas se suponían y aceptaban como esféricas porque concordaban con el ideal de perfección y belleza de la teoría geocéntrica, pero era sólo una suposición. Aunque, por supuesto, los eclesiásticos y todos aquellos que defendían la posición central de la Tierra en el Sistema Solar habrían argumentado que tales órbitas eran esféricas necesariamente, ya que se ajustaban a la perfección con la ideal de magnificencia cósmica que hubiera dispuesto el "Creador". Un Universo en el que algo no era geométricamente perfecto no tenía sentido en las mentes del hombre de los siglos medievales.

Sin embargo, Azarquiel tuvo la osadía de considerar la posibilidad de que en realidad las órbitas planetarias no fuesen ni tan perfectas ni tan geométricas, sino que tal vez tuviesen una forma bastante cercana a la de un óvalo, que en esencia no es más que una especie de circunferencia alargada. Algo similar a coger una cinta de goma, de las usadas para el cabello, y estirarlas por dos extremos opuestos. El resultado es un óvalo.
No obstante, una intuición tan notable no tuvo ni mucho menos buena acogida. Aunque esta idea de Azarquiel no era nueva, pues ya los antiguos griegos habían adelantado algo similar, nadie se preocupó de ella ni entonces ni en los años ni siglos posteriores, simplemente porque no había manera de comprobar su veracidad. Fue necesario que Johannes Kepler (1571-1630), bien entrado el siglo XVII, con los conocimientos y adelantos matemáticos propios de su época, quien demostrara que, en efecto, las órbitas de los planetas no eran circulares, sino elípticas. Kepler, con todo el merecimiento, ha sido el símbolo del cambio de pensamiento antiguo al moderno, pero aún así deberíamos al menos valorar en su justa medida el trabajo de Azarquiel, quien ya había aventurado las conclusiones de Kepler casi 600 años antes.
El otro hecho importante que Azarquiel parece haber descubierto mucho antes que lo hicieran los científicos y pensadores occidentales está relacionado con los eclipses y los cometas.

Según lo que se deduce del estudio de las tablas de Toledo, Azarquiel estaba en disposición de realizar predicciones de suma importancia dentro de la Astronomía. Las Tablas tenían como función principal la de ofrecer a los astrónomos las posiciones en el cielo de cierto tipo de astros y las fechas en las que tenían lugar determinados fenómenos cósmicos (como las fases de la Luna, etc.). Por tanto, eran empleadas para poder concretar la situación exacta de un cuerpo celeste en épocas futuras. Azarquiel, que tenía en su poder datos precisos sobre multitud de fenómenos gracias a la labor de sus ayudantes, pudo emplear las Tablas para predecir los eclipses solares que sucederían años e incluso siglos más tarde. La precisión de las Tablas era tal que Pierre Simon de Laplace (1749-1827), uno de los más destacados matemáticos de la Ilustración, seguía utilizando las observaciones y anotaciones de Azarquiel para realizar los cálculos de las posiciones y predicciones planetarias.
Al parecer, también fue capaz, mediante el análisis detallado de los datos recabados, de poder predecir la aparición de cometas en el futuro. Sobre esto hay que ser, no obstante, un tanto cautelosos, ya que no disponemos aún de los conocimientos necesarios para poder asegurar tal extremo. Resulta posible, a pesar de todo, que Azarquiel pudiera en efecto tener conocimiento de algún procedimiento por el cual llegara a predecir la aparición de un cometa. Si esto fuera cierto, Azarquiel aventajaría en casi 700 años a Edmund Halley
(1656-1742), quien comprendió que el cometa que lleva su nombre y que se había observado en 1681 era el mismo que otros astrónomos vieron en 1604, y que retornaría a las proximidades del Sol en 1757. Halley sentó las bases para poder determinar asimismo el año aproximado de retorno del cometa empleando unas pocas observaciones del mismo.
Hoy en día Azarquiel es recordado fundamentalmente por su trabajo en las Tablas de Toledo y por algunas aportaciones instrumentales ingeniosas. Pero en este pequeño artículo, en el que sólo hemos esbozado algunas cuestiones básicas respecto a su figura, hemos visto que los logros del astrónomo cuyo nombre es desconocido para la mayoría de los aficionados (y profesionales) a esta ciencia, son mucho más importantes. Y, además, tiene la virtud de haber imaginado ideas y conceptos que serían aceptados como válidos y correctos sólo con el transcurrir de los siglos. Azarquiel, el mayor astrónomo del periodo islámico español, fue un verdadero pionero del conocimiento del Cielo.