Ojalá un definitivo silencio penetre hasta las esferas más recónditas de mi mente, ojalá mis ojos pierdan la posibilidad de suspender cualquier imagen en el registro de mi retina, y mi voz quede exenta del necesario don de la palabra, ojalá mi rostro deje de sentir el hálito del viento y mi olfato sea incapaz de determinar la fragancia de las flores.
Ojalá mis manos no reconozcan la cadencia de tu piel y la mía no recuerde la suavidad de tus caricias, ojalá mi alma sea ajena a los sentimientos más profundos, mi corazón se niegue a amar la belleza y mi cansado cuerpo desista de cualquier movimiento, y mis últimas lagrimas de afecto se pierdan para siempre en el oscuro pozo de la desidia.
Ojalá todo esto ocurra, cuanto antes mejor, para de este modo no tener que vivir con la renuncia definitiva de poder agradecer a la vida, la sonrisa de un niño, las caricias de la persona amada, el perfecto aroma de una flor, la suave melodía de una canción, el dulce murmullo del viento meciendo tu cabello, el emocionante recorrido por un texto bien urdido, la placentera compañía de algunos amigos, en definitiva, la posibilidad constante, necesaria y enriquecedora de utilizar la palabra gracias.
Y escuchar un de nada, sensible, humano y cálido, un de nada tan simple como es pero tan lleno de gratitud y sensibilidad que a la fuerza nos hace mejores.