Rienzi escribió:Hay un tipo de ánimo fuerte capaz de arrostrar con entereza las fatalidades de la vida. No es que sea más insensible que los demás, sino que en su interior tiene la certeza de que no hay nada dispuesto por la naturaleza que no sea como ha de ser. Acepta su sino como algo necesario y soporta sus golpes convencido de que una verdad oculta y velada se esconde en ellos: el dolor es el maestro de la vida.
Nada me parece más apropiado que un sufrimiento padecido en silencio y sin mostrar el más mínimo síntoma de dolor. Uno debe llorar para sí, no para los demás (¡Oh, mujeres, qué fácilmente lloráis cuando alguien os observa!). No hay sufrimiento que justifique una reacción histérica frente al mismo. Ni siquiera cuando el funesto hado se cierne sobre aquello que más amamos: nuestros hijos.
¡Cuánto admiro a aquellas personas que son como rocas indestructibles frente a los embates provenientes de las olas de la vida! Y cuánta confusión me provocan aquellas que se dejan vencer por el sufrimiento y reaccionan frente a él llorando y lamentándose.
Hombre amigo... qué alegría verte por aquí...
Coincido en parte con lo que dices, el sufrimiento es algo que está ahí y se debe aceptar, pero tampoco creo que deba ser ensalzado.
Creo que el mayor aliado del sufrimiento es la esperanza. Bonita palabra, pero en muchas ocasiones toma la forma de un hierro puntiagudo y oxidado que escarba en la herida para que no cicatrice.
Renunciar a la esperanza es lo más duro del proceso, pero imprescindible... Dejar de imaginar situaciones donde este mundo no es este mundo, y en el cual abrazas a la persona que amas y que se ha ido con otra; ver aparecer por la perta, o que te llama por teléfono un hijo desaparecido (esto debe ser lo más duro), vivir incluso con la estúpida esperanza de que la lotería va a cambiar tu situación, son distorsiones que te impiden vivir tu realidad tu presente... Tener esperanza significa en muchos casos mantener una herida abierta.
A veces 24 horas de abismo es mucho abismo y como mecanismo de defensa necesitamos fantasear con otras realidades que realmente no nos pertenece, para descansar, para tener una tregua a la desesperación. Pero siempre que se tenga fuerza suficiente, es más efectivo atravesar la zarza del sufrimiento a pelo, con determinación sin mirar atrás.
Recuerdo con pena a una amiga que tuve que cuando tenía 32 años su marido se fue con una compañera del trabajo y antes de llegar a los 40 se arrojó por la ventana. Nunca lo superó y en la desesperación probo de todo... alcohol, tíos... pero siempre hablaba de él como si fuera a volver, ella pensaba que la deseaba y en cualquier momento la pediría perdón y todo volvería a ser como antes...