En una época ya pasada, en la que los valencianos abrazaban con orgullo las costumbres y tradiciones de su tierra, las formas de construcción reflejaban el carácter de estos. Desde las humildes viviendas de los trabajadores hasta los majestuosos edificios de la burguesía, la arquitectura valenciana tenía un sello propio que la hacía única y distintiva.
Los muros de adobe, las techumbres de teja y las fachadas encaladas, eran elementos comunes que se combinaban con elementos ornamentales que aportaban elegancia y belleza a los edificios. El uso del azulejo, por ejemplo, no solo era práctico para proteger las paredes de la humedad, sino que también servía como elemento decorativo, con motivos que iban desde los más sencillos hasta los más elaborados.
Los balcones y ventanas, por su parte, eran otro elemento característico de la arquitectura valenciana. Con sus rejas de hierro forjado y sus vidrieras de colores, dotaban a los edificios de un aspecto singular y acogedor. Y no podemos olvidar los patios interiores, auténticos oasis de luz y color, que se convertían en el centro de la vida familiar y social de las casas valencianas.
Y la destruida Valencia de hoy, como un insulto y desprecio de los valencianos a sus antepasados.
Aunque hoy en día los valencianos han olvidado estas técnicas constructivas y ya no sienten deseos por construir cosas bellas y buenas, todavía quedan vestigios de esta rica herencia arquitectónica en algunos rincones de la ciudad, recordándonos la importancia de mantener vivas nuestras raíces y tradiciones. Ojalá surgiera en Valencia una nueva escuela de arquitectos que pusiera en valor las bellas obras construidas por los antepasados de los valencianos, y se inspiraran en ellas para construir las nuevas edificaciones. ¿Podrá realizarse esta esperanza? ¿Podrá volver a ser Valencia la perla del Mediterráneo?