Aquí van unas pinceladas del padre del actual monarca español en su paraíso del exilio portugués (pobrecito él):
En 1935 simpatizaba con el reaccionario partido Acción Española; en la guerra civil intentó dos veces unirse al bando nacional (pero Franco lo impidió); hasta el otoño de 1942, se ha declarado afín a la ideología totalitaria de Franco y ha alabado su labor.
Cuando el dictador portugués Salazar le concedió tres meses de residencia en Portugal, sus hijos quedaron en Suiza al cuidado de la abuela. Juan Carlos (el actual rey de España), el mayor, de 8 años de edad, lo han internado en el colegio de marianistas de Friburgo, un centro con fama de severo. Don Juan espera que los frailes metan en vereda a este niño “malcriado, maleducado y con un nivel muy bajo de conocimientos”.
Don Juan se quiere instalar en la costera Estoril, cerca de Lisboa, un elegante núcleo residencial con abundantes palacetes y residencias de potentados; hay campos de golf, pistas de tenis, hipódromo, cabarets, salas de fiestas, restaurantes de lujo, puerto deportivo, putas de lujo, casino… Allí tambien se han refugiado la realeza europea que fue desalojada del trono: los ex reyes de Italia, de Francia, de Rumanía, de Rusia,…
A su servicio estan los vizcondes de Rocamora, que llevan toda la vida al servicio de Don Juan y de doña María de las Mercedes hasta extremos increíbles de servilismo.
Se instalan provisionalmente en Villa Amapola, un lujoso chalet propiedad de la marquesa de Pelayo. Lo primero que hacen, al día siguiente, es inscribirse como socios en el club de tenis.
Cuando el gobierno portugues le concede el permiso de residencia indefinido (con la venia de Franco), se compra la que va a ser su residencia en Estoril: el edificio de un antiguo club de golf, rodeado de 3.000 metros cuadrados de jardines.
El edificio principal ha sido reformado para vivienda, pero él acomete nuevas obras para transformarlo en un cómodo palacete de 51 habitaciones, dos plantas, sótano y pabellón aparte, para garajes, donde meterá sus tres rancheras Ford, un Mercedes, un Bentley, un Mercury y varias motos Se llamará Villa Giralda, en memoria del yate de Alfonso XIII.
Los vizcondes de Rocamora se encargan de toda la mudanza.
Cuando el palacete está listo y todo colocado, llega el servicio: 17 personas entre criados, secretarios y colaboradores, y después hacen su entrada triunfal los condes de Barcelona y sus hijos.
A lo largo de varios decenios, muchos monarquicos españoles peregrinan a Villa Giralda para cumplimentar al llamado Juan III y regresarán a España contando que la familia real “vive austeramente, en un discreto chalecito de clase media”.
Los nobles españoles se disputan el honor de rotar en el cargo de gentilhombres de servicio y damas de honor en turnos de quince días. El unico plebeyo que participa en el servicio real, y se esmera más que los demas para hacerse perdonar esa tacha, es el potentado bilbaíno don Pedro Galíndez, que cede a Don Juan su yate “Saltillo”, de 30 toneladas y 26 metros de eslora. Lo disfrutará durante diecisiete años, sin pagar ni un duro, pues tanto los salarios de la tripulación como el mantenimiento del barco corren por cuenta del propietario.
Los condes de Barcelona pasan las tardes en el club de golf reunidos con amigos y bebiendo vermut, whisky y ginebra. Los camareros, aleccionados por el maitre saben que deben servirles ración doble. Mientras doña María juega al bridge, don Juan se despista en el jardín con sus conquistas femeninas. El matrimonio suele almorzar en el exclusivo restaurante El Pescador, donde don Juan se hace popular porque, nada más traspasar la entrada, grita con su vozarrón de marino:
- ¡A ver, el vinho Barca Velha!
A don Juan le va el lenguado rosa, un bocado exquisito, al alcance solo de bolsillos pudientes; a doña María, los langostinos y las gambas. La pareja riega sus manjares con abundante vino; varias botellas en cada comida.
Después de cenar, van de copas al bar del hotel Palacio. Allí se hospedan las hermanas Gabor: Eva, Magda y Zsa Zsa, exiliadas húngaras, notablemente hermosas y ambiciosas. Mientras les llega el visado necesario para emigrar a EE.UU, donde piensan casarse con millonarios, las Gabor entretienen la espera y pagan las facturas ejerciendo una prostitución encubierta del más alto nivel entre los acaudalados huéspedes del hotel. A don Juan se le hace la boca agua ante las suculentas curvas de Zsa Zsa, pero ésta advierte que el pretendiente de la corona española quiere beneficiársela sin pasar por caja, sólo por ser quien es y pasa de él. Más adelante se lamentará amargamente:
- Sólo me puedo tirar gratis a las monárquicas.
Tiempo después alardeará de haber gozado de las tres un día que se había excedido bebiendo copas.
A veces organizan recepciones a las que acuden monárquicos deseosos de hacerse una foto con su majestad, el rey Juan III, para lucirla, luego, enmarcada en el despacho. Don Juan olfatea el negocio con seguro instinto borbónico y contrata a un fotógrafo, César Cardoso, para que le haga fotos con quien lo desee. Cardoso toma nota de la dirección de la persona y le envía, contra reembolso, las fotos encargadas. Don Juan y Cardoso se reparten las ganancias al 50%.
Los aristócratas y los monárquicos que cumplimentan a don Juan en onomásticas y aniversarios suelen regalarle bandejas de plata. Ni siquiera la dedicatoria del donante grabada lo disuade de revenderlas a un joyero lisboeta con el que ha llegado a un acuerdo.
Fuente: Juan Eslava Galán, escritor y doctor en filosofía y letras.