Observaba esta noche en silencio una situación que no es frecuente, la mirada de orgullo en los ojos de un padre al dirigirla hacia su hijo.
Lo normal en estos tiempos es que los padres tengan reproches hacia sus hijos, y dado que son hijos de la "comodidad", de tener todo aquello que piden casi al instante y no esforzarse apenas; al entrar en la adolescencia parece que todas las metas que se tenían planeadas hacia ese retoño que una vez tuvo entre sus brazos y que cabía poco menos que en su antebrazo, se disipan al comprobar que un hijo tiene ideas propias, que por mucho que le insistas y le hables desde la experiencia para que no cometa tus propios errores, a su misma edad, se empeñen en tropezar en las mismas piedras que tú, y se caigan incluso con más fuerza.
No era el caso éste, supongo que en ámbito familiar habrá sus más y sus menos, como en todas partes, pero esa mírada no era una mirada hecha para ser observada por testigos discretos ó indiscretos a pesar de ser una mirada "pública", era una mirada que nacía del corazón porque ese hijo ha colmado las expectativas del padre (ambos comparten una afición de la que el hijo ha hecho profesión, sustanciosa y provechosa profesión).
He sentido envidia, por qué no decirlo, envidia de que ese padre se sintiera orgulloso de su hijo, y me he planteado hasta qué punto mis padres se sienten orgullosos de mí, y hasta qué punto miro yo a mi hijo con esa mirada mezcla de amor, orgullo y satisfacción.