por Simone » 22 May 2013, 02:20
En Villanueva de los Infantes (Ciudad Real)
En Villanueva de los Infantes (Ciudad Real) «la gente que poseía más dinero era la gente de derechas y eran los que mandaban en el pueblo». Carmen Gutiérrez lo pasó entonces muy mal, que a su padre lo habían echado del trabajo por ser socialista, hasta que con su hermana pudo colocarse de cocinera en «una casa de derechas». Allí pudieron comer, pero no les dejaban sacar comida para su padre y tenían que hacerlo a escondidas.
A Baltasar Montenegro le obligaron a afiliarse a la Falange.
«Cuando acabó la guerra, los campos estaban llenos de langostas, lo que provocó mucha hambre. La gente moría de hambre. En la plaza de Madridejos la gente caía muerta de hambre y se decía de ellos que habían muerto por el piojo verde. Había tanta hambre que una vez, estando mi abuela cosiendo, vio por la ventana cómo un hombre se comía las cortezas de patatas que había tiradas en la calle.
«Cuando mataban a un burro en la carnicería del pueblo, la gente hacía unas colas larguísimas y la gente que estaba en ellas esperando se llenaba de piojos.»
Sólo había pan de cebada y de maíz «que te ahogaba.»
El dinero hubo que entregarlo, aunque daba igual porque todo el dinero republicano fue invalidado.
El padre de Manuel Prieto, que vivía en Valdepeñas, tenía ahorradas cuarenta y seis mil pesetas, «que por aquel tiempo eran una fortuna»; pero, como era dinero republicano, los franquistas sólo le dieron al cambio cincuenta pesetas, con lo que, aunque era labrador independiente, se tuvo que poner a trabajar por cuenta ajena para salir adelante. Manuel tenía que ir a Torrenueva a comprar pan de estraperlo.
Los primeros cinco años de la posguerra fueron horribles en Villamayor de Calatrava (Ciudad Real); había mucha hambre y nada que comer. La poca harina que se conseguía había que entregarla a la tahona (controlada por Abastos), «pero a los pobres les daban pan moyuelo, que tenía raspas como palillos, y a los ricos les daban pan de flor.» Sólo en el año 48 permitieron abrir otro horno en el que cada cual se cocía su pan.
Con el pan moyuelo se comía gachas de algarrobas que tenían bichos que, como nadaban el agua, se podían quitar con una espumadera. A veces las gachas eran de harina de cebada y a veces no había qué comer.
En el campo se trabajaba de sol a sol, en verano de seis de la mañana a diez de la noche, se dormía sobre la mies y no había más comida que migas o garbanzos. Así, Jacinto Coronel y Martina Ortega, que conservan un recuerdo muy amargo de su infancia y juventud en el pueblo, emigraron a Madrid en cuanto pudieron, a mitad de la década de los cincuenta.
Al licenciarse el legionario Jesús Serradilla volvió a su pueblo de Cáceres y se empleó de capataz en la dehesa Belén; pero el salario era escaso y al año emigró a Madrid, donde dada su condición de mutilado de guerra le fue fácil emplearse como vigilante nocturno, con un jornal de ocho pesetas, en la factoría Bressel, que fabricaba espoletas para granadas de artillería y otra maquinaria.
«Al poco tiempo mi abuelo [Fulano Esteban] volvió a trabajar en el mismo cortijo [de Granada] en el que lo hacía mi abuela y a los dos años se casaron.
«Al casarse ambos se fueron a un cortijo como guardas, donde ya tuvieron una hija, y, como el salario era muy bajo, se fueron al pueblo, a Loja, donde hizo una instancia para trabajar en la RENFE; no es que ganase mucho, pero ya era un sueldo algo más fijo y lo consiguió gracias a que su hermano trabajaba también como ferroviario y a que su mismo padre también lo había sido.
«A los dos años nació mi padre y la economía ya estaba más estable, aunque no daba para gastos superfluos, tan sólo daba para comer.
«Ahora, por haber sido Guardia de Asalto durante la guerra, le dan una paga todos los meses, además de la de la RENFE.»
El abuelo materno, Fulano Martín, que hizo la guerra en Madrid, quería quedarse a trabajar en la capital, «pero sus padres no le dejaron, entonces volvió para trabajar en el pueblo y estuvieron siete años de novios; ella también trabajaba en el campo, pero lo pasaron muy mal económicamente, comían casi gracias a su abuela que tenía una pequeña tienda de frutos secos en la que no ganaba tanto como antes de la guerra, cuando se iba de feria en feria los domingos, y en el pueblo, pero era porque en aquel entonces la gente tenía mucho menos dinero y no se lo podían gastar en caprichos, pero poco que mucho comían.