Laura, caminaba justo delante de un chico de apenas treinta años, la silueta de la mujer era más bien suave, nada excedida, quizás un tanto delgada pero a pesar de ello torneada con pulcritud por los cinceles de la naturaleza y la edad. Notaba la mirada del hombre recorriendo su anatomía en movimiento, y suponía que su reconocido trasero sería un punto concluyente de esa observación.
Pensó en girarse y mirándole a los ojos hacerle comprender al joven que pertenecían a generaciones distintas, que ella a pesar de su cuerpo armonioso no podía permitirse ciertos juegos ya que pasados los cincuentas pensaba que las mujeres se volvían invisibles. Pero siguió caminando intentando de alguna manera saborear esa mirada lisonjera.
En un punto del camino el chico le avanzó y sin demasiado recato se detuvo delante de ella y la miró fijamente, con calma de arriba abajo y con una ligera sonrisa de segura complacencia. Por fin sus ojos se encontraron, los de Laura rodeados de una delicada aureola de sonrojo, los de él tan solo atrevidos y un tanto expectantes.
Ella reconoció que podría haber elegido sonreír e iniciar una tórrida aventura de reconocible final. Pero, bajo la mirada, y continuó su camino, aunque una ligera sonrisa, invisible a ojos de los demás, iluminó su rostro. Estaba de buen humor, ligeramente estimulada y sobre todo complacida por poder sentir esa excitación temporal y, dadas las circunstancias, ser capaz de controlarla.