Noto que no soy capaz de detenerme, aunque mis movimientos son tan parsimoniosos que cualquier espectador diría que tan solo formo parte de un único movimiento en un universo paralelo escondido, alejado de la vida, entre bambalinas de oquedades y lleno de ausencias físicas.
De hecho mi cuerpo no determina nada, es tan solo mi mente, asediada por pensamientos exuberantes e inexplicables, la que condiciona mi tendencia a desplazarme. Y reflexiono, medito lúcido, mi creatividad acierta a resolver problemas implanteables hasta hace poco, mientras ocupaba mi lugar al otro lado del cielo, mientras vivía como uno más, aunque supongo que allí ahora soy uno menos.
A mi alrededor, entre enfermizas tinieblas, fugaces espectros, diría que insustanciales, flotan en apariencia ensimismados en profundas cavilaciones, tal vez sean otros seres venidos al otro lado del muro a gozar, como yo, de la libertad de no tener que ser libres, del desprecio al aprecio, de la insensibilidad hacia lo sentimental y por encima de todo a disfrutar de la más absoluta quimera, sin otro cometido que formar parte de un todo inexistente y a la vez pleno. Ser circunstancial en el eterno trasfondo del inútil universo.
Y por fin aquí vivo en paz, entre sombras esmeriladas, entre luces de metacrilato y rodeado de demoledora verdad, la verdad absoluta, que me hace verme como un perdedor falsario y presuntuoso pero al mismo tiempo esa visión opresiva de mi me devuelve la calma e incluso la razón, la que siempre he tenido, mi lugar jamás fue aquel, mi sitio siempre ha sido a millones de años luz de la sociedad, lejos del mundanal ruido, donde nadie es nadie y entre todos somos todo.
Y el día ni va ni viene, tan solo permanece.
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