La decisión de 6 de los 12 países miembros de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) de suspender su actividad en la organización supone la implosión de ese foro, el cual fue la principal construcción institucional del bolivarianismo en la región. La idea de una organización que reúna a todos los países sudamericanos sigue siendo válida, pero va a requerir cambios –fundamentalmente una desideologización– en su plasmación.
En un contexto de fatiga social y política respecto al Socialismo del Siglo XXI, como la reciente declaración sobre Venezuela en el marco de la Cumbre de las Américas, el paso en Unasur dado por Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Perú y Paraguay es el símbolo más claro del fin de la era bolivariana; podría decirse que es su final «oficial». Populismo de diverso signo seguirá dándose en Latinoamérica, pero la existencia de regímenes gemelos articulados como un frente internacional diríase que ha terminado.
Una Unasur ideologizada
En su corta vida, Unasur ha servido ciertamente de foro de intercambio y coordinación, pero su principal resultado geopolítico no ha sido un avance en la integración regional, sino el apuntalamiento del autoritarismo en Venezuela. Nicolás Maduro ha contado hasta hace bien poco con el apoyo formal de Unasur cada vez que la oposición interna o el resto de la comunidad internacional le ponía contra las cuerdas.
El cambio político operado en varios países en los últimos años ha dejado a Venezuela en Unasur con el único apoyo férreo de Bolivia (también, aunque menos incondicional, de Surinam y Guyana). La falta de consenso interno ha impedido elegir un secretario general, después de que hace año y medio terminara el mandato de Ernesto Samper. Argentina propone a su diplomático José Octavio Bordón, pero Venezuela y Bolivia se oponen.
Así las cosas, la semana pasada los ministros de Exteriores de las seis naciones críticas con la situación enviaron una carta a su colega de Bolivia, país que acaba de acoger la presidencia pro tempore de la organización, anunciando su «no participación en las distintas instancias» de Unasur mientras no se garantice su «funcionamiento adecuado».
Maduro acogió el anuncio advirtiendo a esos países que «si algún gobierno de la derecha trata de meterle una puñalada [a Unasur] para desangrarla, los movimientos sociales y los revolucionarios de América del Sur» saldrán en su defensa. Eran unas manifestaciones que mostraban bien el tono ideologizado y de confrontación que el bolivarianismo siempre ha propagado en el seno de Unasur.
Dos visiones y un posible mediador
Los cambios políticos en Brasil y Argentina, por un lado, y en Perú y Chile, por otro, han reforzado los proyectos económicos de Mercosur y de la Alianza del Pacífico, respectivamente. Una organización como Unasur puede servir de puente y de acercamiento entre ambas instancias –aunque no llegue a producirse una plena confluencia–, siempre que impere el pragmatismo y se deseche la obsesión ideológica. Un atrincheramiento de Venezuela y Bolivia en su retórica anticapitalista haría inservible Unasur y abocaría a su sustitución.
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