“A aquel faro le gustaba su tarea, no sólo porque le permitía ayudar, merced a su sencillo e imprescindible foco, a veleros, yates y remolcadores hasta que se perdían en algún recodo del horizonte, sino también porque le dejaba entrever, con astuta intermitencia, a ciertas parejitas que hacían y deshacían el amor en el discreto refugio de algún auto estacionado más allá de las rocas.
Aquel faro era incurablemente optimista y no estaba dispuesto a cambiar por ningún otro su alegre oficio de iluminador. Se imaginaba que la noche no podía ser noche sin su luz, creía que ésta era la única estrella a flor de tierra pero sobre todo a flor de agua, y hasta se hacía la ilusión de que su clásica intermitencia era el equivalente de una risa saludable y candorosa”. Así comenzaba Mario Benedetti su cuento titulado “El faro”.
Eternos y fieles guardianes de todos los mares, los faros fueron el GPS de la Edad Antigua, Medieval y Moderna, alrededor de ellos han nacido todo tipo de leyendas y metáforas, pues, desde su posición privilegiada, son testigos de hundimientos, de horizontes que parecen infinitos y de relatos sobre sirenas y otros seres marinos.
Según Puertos del Estado, en España hay 187 faros catalogados, que siguen sin apartar sus ojos del mar, aunque ya están casi todos automatizados. De la enigmática y solitaria figura de los fareros que tantas historias han alimentado, sólo quedan ya memorias, canciones y cuentos sobre noches intempestivas y terribles naufragios. Actualmente, la jornada de un farero se parece más a la de un oficinista, con sus turnos y horarios establecidos y con muchas de sus tareas llevadas a cabo por ordenadores.
A pesar de haber sucumbido a la tecnología, estas torres vigías siguen destilando un encanto melancólico del que difícilmente alguna vez podrán despojarse. Quizás sea por el recuerdo de lo que fueron, de lo que han visto, o del bien que representan para todo tipo de navegantes. Su espigada figura aparece, a menudo, en tierras pocos transitadas y son parte fundamental de nuestro patrimonio cultural, histórico y paisajístico.
Faro de Cabo de Ortegal, A Coruña
Se encuentra casi en el rincón más septentrional de la Península, sólo superado por el Cabo de Estaca de Bares, también en A Coruña. El Faro de Ortegal emerge de un paisaje capaz de sobrecoger a cualquiera, de hecho, está declarado LIC -Lugar de Interés Comunitario- e integrado en la ría de Ortigueria.
Su construcción es reciente, de 1984, y mide 10 metros. Esta torre vigía blanca y roja cuenta, como era de esperar, con unas vistas fascinantes, pues tiene de frente los tres aguillóns, tres peñascos muy afilados y peligrosos donde los percebeiros arriesgan la vida en busca de percebes. Al oeste, se puede observar Punta Do Limo, el acantilado costero más alto del país; y al este, se encuentra el anteriormente citado Cabo de Estaca de Bares, el punto más al norte de España. Así que, da igual hacia donde mires, porque la naturaleza te sorprenderá en todas las direcciones
Faro de Cabo de Gata, Almería
Es posible que éste sea el faro más fotografiado y reconocido de toda nuestra geografía, pues se encuentra en el inigualable Parque Natural de Cabo de Gata. Es el faro más antiguo funcionando de la provincia almeriense, ya que, desde 1865, advierte a los barcos de la presencia de la Laja del Cabo, un arrecife que ha causado incontables naufragios a lo largo de la historia.
Fue construido sobre el castillo de San Francisco de Paula, desartillado por la Guerra de la Independencia de España. El entorno que lo rodea es un colosal accidente geográfico de inconmensurables vistas y que cuenta con uno de los más emblemáticos y bellos iconos del Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar: el Arrecife de las Sirenas. Se cuenta que, en la antigüedad, el lugar estuvo tan poblado de focas monje, que los navegantes que pasaban por la zona confundían sus gritos con cantos de sirenas, de ahí su curioso nombre