EstocasticidadPor la noche, al apagar la luz se enciende el laberinto de la imaginación, y como cuando te pierdes por las encrucijadas de tu ciudad, surge la duda de si el discurrir de nuestros pensamientos se rige por el libre albedrío, o si por el contrario, ajeno a nuestra voluntad, intervienen leyes físicas precisas basadas en el principio de causalidad que describen con precisión el serpenteo de la conciencia. Estás mismas líneas que escribo podrían estar cifradas en alguna fórmula previa y yo lo único que hago es precipitarlas como quien empuja una piedra montaña abajo.
Somos una colonia compuesta de millones de células y de organismos unicelulares, simbióticos y parásitos, cuyo único propósito es sobrevivir. Organismos que no saben que forman parte de nosotros, sólo poseen unas instrucciones simples que les permiten realizar una función específica y reconocer al intruso o al débil para expulsarlo o reciclarlo si es comestible. Son organismos fachas que por especialización o suma de sus partes, en algún punto evolutivo, del hormiguero de nanorobots surge una conciencia fantasiosa que le encanta adentrarse en las historias de ficción e identificarse con sus personajes porque ese es su verdadero lenguaje natural y universal. Un lenguaje que no necesita cuotas. El lenguaje de la literatura.
Nos dejamos engañar porque si perdemos los misterios que nos transmitieron nuestras abuelas perdamos el sentido de la existencia. Por eso engañamos a los niños, no con la intención de aprovecharnos de ellos, sino con la idea de mantener vivo el mundo mágico que les rodea, porque a veces lo importante no es la verdad, lo que importa es el relato que subyace debajo de la verdad. El argumento de una mente que sabe cómo emocionarse en lo más recóndito de nuestro corazón.
Nos dejamos engañar en una obra de teatro, al leer una historia y si vamos a ver a un monologuista, nos llevamos en un taper la predisposición y receptividad necesaria para el evento. Participamos activamente de estas pequeñas representaciones ficticias porque entendemos que la magia está en las creencias.
A veces, ante los datos científicos más fríos, nuestra parte poética y narrativa se atrinchera y se revela. Dicen que dato mata relato, pero bajo ciertas circunstancias el relato mata al dato como, por ejemplo, en la poética frase que no sé de quién será que dice que “somos polvo de estrellas” y que supongo que surgió como respuesta a una evidencia científica que nos quita originalidad. Toda evidencia científica nos quita importancia y originalidad: somos pequeños, efímeros y estamos construidos de lo mismo que todo el universo, no hay nada especial en nosotros. Bueno sí, la vida y sobre todo la fantasía.
Los colores, los sonidos, el amor. Todo es una construcción narrativa. Es posible que la atracción que sentimos por una persona se pueda explicar en términos de reacciones químicas y pautas del instinto de supervivencia, pero ante el dilema de veracidad vs. metafísica, todos nos decantamos por pensar que aquél encuentro no fue por azar, sino que quizás la conjunción planetaria o el destino, o alguien ahí arriba propició lo inevitable porque es evidente que estáis hechos el uno para el otro; porque la otra persona es tu media naranja, tu complemento.
Siguiendo con la poesía y la metáfora de las estrellas que mueren explotando en el cielo por nosotros, como lo hizo Jesús en la cruz, para esparcir los elementos necesarios por el universo y darnos la vida, es posible que los átomos que forman mi mano izquierda procedan de una supernova, y los de la mano derecha de otra. También es posible que tú y yo estemos hechos de la misma esencia. Que surgimos a la vez en algún ardiente núcleo, y que una gran explosión nos separó temporalmente.