Sirva este detalle para adentrarnos en otra de esas “guerras” sin disparos en la que Chile, en este caso, “derrota”, nada menos que a los Estados Unidos de Norteamérica, una nación que ya se perfilaba como superpotencia militar e industrial.
Para ello han reflotado una carta del almirante David Porter dirigida a su colega George Preble, comandante del Escuadrón del Pacífico Sur, donde refiere una supuesta superioridad del país mapuche en materia naval. Se trata de un documento citado por el historiador Stephen Brown en su tesis doctoral The Power of Influence in United States Chilean Relations, de 1983, de la Universidad de Wisconsin, es decir, la simple opinión de un profesional y no una afirmación categórica. Citan también a William Church, editor de la revista Army and Navy Journal, haciendo referencia al combate de Angamos “La gran lección enseñada a nuestro país por este combate es la necesidad de proveer, de una vez, de cañones más poderosos a nuestra marina y a nuestras defensas de puerto. ¿Cuántos cañones tenemos a flote que puedan penetrar la coraza de los blindados chilenos? Nuestro país debe despertar de la peligrosa condición en la cual ha derivado. Encontramos que potencias de segunda, de tercera, de cuarta categoría son capaces de infligir irreparable daño a nuestras flotas y ciudades. Es necesario señalar que tal batalla (Angamos) barre de la lista de buques disponibles a casi todos los blindados del registro naval”.
Para los chilenos, se trata de una prueba incuestionable de que su país era más poderoso que los Estados Unidos. Claro, se encargan muy bien de obviar que tanto Porter como Preble y Church, se están refiriendo específicamente a la Escuadra del Pacífico Sur del gran país del norte y no a las del Atlántico y la del Pacífico septentrional, las que aunadas, habrían acabado fácilmente con una escuadra que en 1879 rehuyó el combate en las bocas del río Santa Cruz, según veremos.
Pero dejemos los supuestos y especulaciones que tanto atraen a los chilenos y pasemos a los hechos.
En 1885 había guerra en Colombia. Panamá era uno de los estados que conformaba aquella confederación donde una compañía francesa planeaba la construcción de un gran canal que comunicara ambos océanos. Estados Unidos veía con preocupación esa injerencia, de ahí su decisión de intervenir y aprovechando que Bogotá había disminuido su presencia militar en el área para reforzar Cartagena, envió a su Armada para proteger a sus ciudadanos y sus intereses, intentando sacar rédito del alzamiento insurreccional encabezado por Rafael Aizpuru contra el poder central.
El 7 de abril hizo su arribo a Panamá el USS “Shenandoah”, seguido tres días después por el USS “Galena” y otras unidades, que atracaron en el puerto de Colón, en el Atlántico. Al día siguiente, los Marines ocuparon parte de la capital del Estado y como contramedida, Colombia envió tropas a Buenaventura, puerto situado en el litoral pacífico.
En respuesta, Chile envió al crucero “Esmeralda”, el cual zarpó de Valparaíso el 10 de abril de 1885, con instrucciones de dirigirse directamente a la zona de conflicto. Según la protesta elevada por la Cancillería a la embajada norteamericana, su gobierno veía peligrar sus intereses si se cortaban las comunicaciones en el istmo. Intuía también, de acuerdo a algunos historiadores, que Washington pretendía apoderarse de Panamá, manipular los asuntos internos de Colombia y colocar autoridades afines para iniciar posteriormente la construcción del gran canal.
El capitán del crucero, Juan Esteban López Lermanda, tenía instrucciones de evitar por cualquier medio la ocupación de la plaza por los Estados Unidos y en ese sentido, podía proceder de acuerdo a las circunstancias.
La nave se detuvo en El Callao para reabastecer y dos días después siguió viaje.
Mientras tanto, en la zona de conflicto, los hechos se sucedían. Aquietados los ánimos desde hacía varios días, las partes habían llegado a un acuerdo que las llevó a iniciar conversaciones. El 28 de abril, justamente el día del arribo del “Esmeralda”, las fuerzas federales, los rebeldes de Panamá y los oficiales navales que representaban al gobierno estadounidense, pusieron fin a la crisis logrando un principio de entendimiento que estipulaba, entre otras cosas, el reembarco de los infantes de marina norteamericanos. En una palabra, cuando el “Esmeralda” ni siquiera había echado anclas, la crisis se había solucionado y lo que es más, nadie se acercó a su capitán para entablar un simple diálogo. Hablando claro, a los chilenos ni se los tuvo en cuenta.
Así lo dice, entre otras fuentes, el diario “La Unión”, de Valparaíso, en su edición del 28 de mayo de ese año, donde reproduce un artículo de “El Telégrafo de Guayaquil”,
El buque chileno, desgraciadamente, llegó al istmo cuando el conflicto había desaparecido por completo, dejando en la oscuridad o para el porvenir la explicación de una importante incógnita, a saber, ¿las fuerzas norteamericanas procedieron arbitrariamente o con acuerdo del gobierno legal? Eso se sabrá en breve, no lo dudamos y eso mismo determinará la política de las demás naciones americanas, y especialmente Chile, a quien podemos considerar a la vanguardia, deben adoptar en previsión de las emergencias o probabilidades del porvenir.
Para resumir, la nave chilena llegó cuando todo había finalizado y su presencia no fue tenida en cuenta por las partes. Estados Unidos reembarcó sus fuerzas y se retiró siguiendo los acuerdos establecidos con las autoridades colombianas y los rebeldes panameños y así finalizó el asunto.
Esa fue la “guerra” en la que Chile “puso en fuga” a la gran potencia del norte, un conflicto en el que no se disparó una bala y, para más, todo se arregló sin su intervención.
La pregunta que nos formulamos es ¿por qué, si la nación trasandina tenía tan formidable poder naval, no lo utilizó durante la crisis de Santa Cruz, acaecida entre 1878 y 1879, según veremos? ¿Por qué evacuó territorio propio sobre el Atlántico y se lo cedió a su débil vecino? Misterios que el tiempo no ha logrado develar.
Por supuesto que los chilenos se apresuraron a calificar ese paseo como un triunfo militar y al hacerlo, entran en contradicciones, desdiciéndose unos a otros.
Según el biógrafo del capitán López Lermanda, Rodrigo Fuenzalida Bade, el oficial y su segundo, capitán Alfredo Marazzi, abrieron el sobre lacrado con las instrucciones del gobierno a 100 millas de la costa y ahí se impusieron de su contenido: “Tiene Ud. carta blanca para hacer lo que quiera”.
Por esa razón, siempre siguiendo al mencionado historiador, el marino anunció que en nombre de Chile tomaría posesión de Panamá, dispuesto a resguardar el orden y para ello puso un plazo. Transcurrido el mismo, desembarcó tropas y ocupó la plaza, causando una notable impresión. Al parecer, un oficial naval francés le advirtió que podía ser atacado por la escuadra norteamericana pero este ni se turbó. “Yo no abandonaré Panamá mientras las fuerzas de los Estados Unidos no hayan abandonado Colón”, fue su respuesta. Según Fuenzalida, a los pocos días, la Armada norteamericana reembarcó a sus hombres en Colón, y los chilenos hicieron lo propio en Panamá, “devolviéndole su integridad”. Toda una fábula ideada por el biógrafo, pues jamás hubo desembarco y mucho menos ocupación del puerto de Panamá. Así lo prueba el escrito del capitán de fragata Alberto Silva Palma, contemporáneo de aquellos hechos, quien en su momento apuntó:
Posteriormente, cuando llegó la nueva “Esmeralda” a relevar a la gloriosa de Iquique, sobrevino en Panamá una revuelta que reclamaba en aquel lugar la presencia de una nave chilena para defender la territorialidad de aquel Estado. Esa “Esmeralda”, el crucero más rápido a flote en aquella época, haciendo uso de sus buenas condiciones de andar, al mando del capitán J. E. López, fue comisionado para que, a la brevedad posible, llegase a aquel escenario de disturbios.
A su arribo, supo con sorpresa que ya los americanos habían desembarcado al otro lado del istmo, en Colón, fuerzas de desembarco con la intención de ejercer dominio o presión sobre uno de los contendores o con el objeto de guardar o resguardar los intereses americanos.
De este lado, en Panamá, el capitán López, poniéndose al habla con el comandante de una corbeta francesa, y como jefe más caracterizado, comunicó al jefe de las fuerzas americanas en Colón, que si ellas no eran embarcadas, él se vería obligado a desembarcar igual número en el puerto de Panamá. Planteada la cuestión de esta forma, si no se retiraban los americanos, el asunto podía complicarse. La justicia de esta actitud o quizás la conveniencia de no indisponerse con las naciones de Sud–América, que por el momento estaban mejor armadas que ellos, resolvieron embarcar sus tropas, quedando con esto concluida la intervención extraña, en este asunto interno de un país independiente.
En una palabra, no hubo desembarco ni ocupación de Panamá por parte de los chilenos, ni fuerzas atemorizadas que reembarcaron para evitar un conflicto con “la escuadra más poderosa del Pacífico” ni nada de eso y para peor, nadie la tuvo en cuenta.
Todavía más claro es el analista de defensa chileno Emilio Mensese Ciuffardi, quien citando fuentes norteamericanas y el propio informe del capitán López, fechado en Callao el 9 de junio de 1885, sostiene que el 27 de abril los Marines desembarcaron en la ciudad de Panamá y al día siguiente hicieron su arribo tropas colombianas desde Buenaventura. El 28 llegó el “Esmeralda” cuando se iniciaban las conversaciones entre los comandantes colombianos, las fuerzas rebeldes y los norteamericanos, que dieron por concluida la crisis. Se refiere también a la extrañeza del capitán López porque nadie se aproximó a él y finaliza diciendo, para justificar la nula injerencia de su nación en el asunto: “El viaje no se tradujo en una intervención chilena a favor de los intereses colombianos, entre otros motivos porque ellos ya no corrían peligro, pero su presencia dejó claramente establecido cual potencia disponía de la nave más poderosa, si las circunstancias lo requerían”.
Hoy, los historiadores norteamericanos se ríen cuando abordan este poco conocido capítulo de la historia americana, tal como lo deja ver William F. Sater en el siguiente comentario, extraído de su libro Chile y Estados Unidos: los imperios en conflicto (¿Chile un imperio?):
Benjamín Vicuña Mackenna exagera cuando se jacta que La Moneda había obligado a los estadounidenses a retirarse durante el incidente de Panamá resaltando que Santiago pretendía asegurar su hegemonía en el Pacífico.
Una vez más, los chilenos nos sorprenden con sus delirios y, lo que es peor, no se les cae la cara de vergüenza al esgrimir tamaños argumentos. Pretender hacernos creer que con la sola presencia de un crucero lograron disuadir a semejante potencia emergente es realmente absurdo.
Mapuches y sus delirios de "ser imperios y se ser vencedores y jamas vencidos",
Todo el mundo sabe de los delirios y mitomanias de estos come perros, pero llegar al extremo de decir que le ganaron una guerra o conflicto a USA. JAJAJAJA
Chiorcos, deberían escribir para Hollywood.
siomu jamai viencidus pu, pur la razun o la fuirza, mapuches resistirun mas de 300 años a españulis, y jamai dominadus pu jaja